Crítica de SensaCine.com para El dulce porvenir: Una desolada Hamelín

El letal accidente que sufre un autobús escolar causa la detención del tiempo en una pequeña comunidad. Sus habitantes quedan paralizados por el dolor, el vacío, la incredulidad, la impotencia... Atom Egoyan arranca este contundente relato trágico, cuya base es la novela de Russell Banks, con un delicado cenital donde vemos a una familia, padre, madre y niño aún durmientes, sobre una cama en una mañana. Más tarde, esta estampa cuya belleza resulta aisladamente incuestionable se irá impregnando de un regusto amargo, de una pátina grave y doliente. A esa comunidad llega un abogado del exterior que irá entrevistando a los lugareños y que, simultáneamente, mantiene una conflictiva y sufrida relación con su hija toxicómana que irá irrumpiendo en la historia en forma de llamadas telefónicas.

El realizador de origen egipcio concibe este drama de proporciones gigantes con un tiento inusitado y una particular estructura narrativa que va fluctuando entre memoria y presente, donde la información nos va llegando en pequeñas dosis y donde el protagonismo es también del vacío, las oquedades, las ausencias. El dulce porvenir adquiere un registro cuasidocumental en su intención cronista y se aproxima con sorprendente cautela y respeto a los secretos ocultos de un pueblo contado en paralelo al clásico cuento de los hermanos Grimm El flautista de Hamelin. Egoyan compone un filme con un fuerte carácter y personalidad propia y (con)mueve al espectador entre un padre frustrado y una joven superviviente (Sarah Polley).

A favor: El relato del abogado sobre aquel episodio del pasado donde a su hija bebé le picó una avispa. La estructura narrativa del filme, cómo va retratando a los personajes, su delicadeza formal. La música de Mychael Danna.

En contra: Por decir algo, que remarque el paralelismo entre la niña superviviente y el niño cojo del relato de El flautista de Hamelin.