El padre de Bazil (Dany Boon) ha muerto por una mina y él mismo es gravemente herido por un disparo. Él decide entonces, con su grupo de amigos, vengarse de los fabricantes de las armas. Desde el comienzo nos encontramos en un universo de películas realizadas con Caro (delicatessen y la ciudad de los niños perdidos): una decoración barroca muy imaginativa, pequeños detalles estéticos, la creación de moda del concurso Lépine que salpica la narración, personajes marginales muy detallados, una atmósfera onírica, cuadros de calidad. Es placentero, pero el encanto es menor que los opus precedentes, ya que no hay mayores efectos de sorpresa, y la lógica perversa de las secuencias es menos presente. El filme se centra en un excelente Dany Boon en todos los registros, presente, conmovedor, ágil: un rol que le queda como anillo al dedo. Los otros cómplices habituales del autor no son menos, los dos hombres de negocios (Dussolier) tampoco. El tema es en sí admisible, pero Jeunet no consigue hacer una verdadera película. Da la impresión de secuencias juxtapuestas, escenas conectadas un poco artificialmente. Los chistes provocaron sonrisas más que risas, y el ambiente bien nutrido no predispone a una atención prolongada, lo que hace que a la larga sea la sensación artificial la que domine.