La red social supera todas las pruebas: apela a nuestras nociones de víctimas y victimarios, asigna causas y
consecuencias a cada una de las acciones, y esconde moralejas sutiles que sacian nuestra necesidad de justicia y compensación.
Dirigida por David Fincher (Seven, El club de la pelea), La red social no pretende siquiera ser la biografía del millonario precoz.
Más bien, tiene como esqueleto las sesiones de litigio en las que se resuelven las demandas que inculpan a Zuckerberg de robo intelectual y violación de contrato.
A partir de cada argumento suyo y de los involucrados, Sorkin reconstruye las escenas que le darían sustento.
El personaje cruel y robótico tan bien construido por el actor Jesse Eisenberg alcanza, dentro de la misma cinta, su momento de redención. Detrás de la creación Facebook, sugiere Sorkin, están el resentimiento amoroso y el ansia de pertenencia social: sentimientos que resuenan en la mayoría de la gente, más allá de sus opiniones sobre la tecnología, las redes sociales y la interacción virtual. Ya que no participamos del intelecto o los privilegios de personajes tan raros, podemos identificarnos con sus lados vulnerables.
Es cierto que La red social es espléndida por derecho propio. Esta vez, sin embargo, la historia fascinante es otra. Sus personajes no son tan simples, ni cargan con las heridas de la gente “normal”.