Mi cuenta
    R.I.P.D. Departamento de policía mortal
    Críticas
    2,5
    Regular
    R.I.P.D. Departamento de policía mortal

    Muertos, vivos y otras muchas cosas

    por Carlos Losilla

    El título de esta película añade una letra más a un acróstico bien conocido. No es una casualidad, pues RIPD está concebida como una película sobre el exceso. No basta con plantear una mezcla de thriller policial y fantástico en clave de comedia para que el invento arranque. Hay que añadirle una historia de amor más allá de la tumba, y la crónica de una amistad traicionada, y la pervivencia del viejo Oeste en el subsuelo de la América actual, y un actor (Jeff Bridges) que hace una caricatura de sí mismo en piruetas retóricas de abigarrado barroquismo, y una sección de animación por ordenador que enfrenta a monstruos infames con los propios actores. Y también, claro está, ese toque apocalíptico omnipresente en el cine del Hollywood actual, reconvertido aquí en una especie de metáfora de la propia película: RIPD no habla del apocalipsis, sino que llega a él a base de saturación, de mezclar elementos en tensión hasta que todo explota, de manera que la parte final en una ciudad abandonada al caos es tanto una ilustración del inconsciente colectivo como una crónica de la confusión hollywoodiense.

    Por lo tanto, esta no es una película tan inofensiva como pudiera parecer. Es un disparate, pero en esa misma condición reside su interés, pues el disparate parece ser la forma preferida de esta época nuestra que ya va más allá de la posmodernidad. RIPD está en el otro lado del blockbuster, no se toma en serio, sus tonos no son graves ni amanerados, incluso alardea de un cierto desaliño que la convierte en una especie de serie B hipertrofiada. Porque lo que ocurre con RIPD es que no se soporta a sí misma, algo que parece ser la especialidad del director Robert Schwentke (Plan de vuelo: Desaparecida, Más allá del tiempo, Red). Cuando alcanza un cierto equilibrio, da un giro y pasa a otra cosa, a otro género. Kevin Bacon mata a Ryan Reynolds para que se convierta en un fantasma y a) ayude a salvar la tierra de una invasión de cadáveres; b) conozca a Jeff Bridges y sea consciente de que el pasado de su país se ha convertido en una mercancía; c) se crea Warren Beatty en El cielo puede esperar y corteje a su mujer viuda desde la ausencia… Nada tiene importancia porque a todo se le concede la misma importancia.

    Pero en realidad, RIPD no es nada de todo eso. No vayan al cine con la ilusión de ver alusiones a las comedias fantásticas, a los westerns crepusculares, a la ciencia-ficción catastrófica, a las películas de zombis, a la animación psicotrónica… No. Lo que ocurre es que se toma todo eso como material de derribo, como ruinas de un imaginario que ya no existe, y se convierte en producto de usar y tirar, en el centro de una escena que se volatilizará a la llegada de la siguiente, de modo que los nexos narrativos causa-efecto quedan reducidos al mínimo, la caracterización psicológica se basa más en las sobras de una tradición que en un trabajo de guión o de dirección de actores, y la noción de plano queda dinamitada cuando vemos que, por efectos digitales, un plano puede durar y circular hasta la inverosimilitud. RIPD es un producto de nuestro tiempo, un cine de quita y pon cuyo único objetivo es mostrar, como en un espejo, la existencia de sus consumidores naturales: la rapidez, lo efímero de todo, el placer hedonista reconcentrado en un momento de goce… No seré yo quien despotrique contra todo ello, por mucho que me haya aburrido. En el fondo, esta tendencia pop hace que el cine ocupe el mismo lugar, en nuestra vida cotidiana, que los demás objetos que nos rodean. Y quizá sea lo que nos merecemos.

    A favor: Jeff Brides en una de sus peores interpretaciones, ajeno a todo, cantando una canción country con un acordeón.

    En contra: Stephanie Stoszac, que cree estar en una película de fantasmas de Jacques Rivette.

    ¿Quieres leer más críticas?

    Comentarios

    Back to Top