Adaptación de la decimosexta novela de un peso pesado del neonoir como Michael Connelly, 'El Inocente' es una de esas películas que, al mismo tiempo que despliegan el poder de seducción de un buen plot (la trama, de irrefutable solidez, parece forjada en hierro), ponen de manifiesto que, a menudo, lo que suele entenderse por un buen guión no tiene otro remedio que rematarse en un recital de subrayados, obviedades y toscos intentos de que cuadre la caja (de la narrativa).
Quizá McConaughey considere que su papel esté canalizando algo de la energía invertida por su idea platónica (Paul Newman) en 'Veredicto final' (Sidney Lumet, 1982): lo cierto es que Mickey Haller, abogado amoral que encuentra su redención a través de un juego privado de estrategia legal, inyecta a su carrera una generosa ración de credibilidad, pero no conviene engañarse: 'El Inocente' no es una gran película. Solo lo parece: las ingenuidades formales de Brad Furman cuando ilustra os trastornos internos de su personaje o las revelaciones/obviedades que cierran el tercer acto hacen que uno abandone la sala sin tener en la cabeza otra cosa que el hiperbólico talón de Aquiles del conjunto.