'¡Aquí es donde la sección operística entra!'
“Bohemian Rhapsody” es el biopic más bullicioso de la temporada, y además, el más controvertido de los últimos años, no a buen merito, claro está. De galardones, nominaciones y alabanzas arbitrarias viniendo sin cesar de la mano detrás de la cortina hasta arriscadas expulsiones, serios alborotos alrededor de la vida privada de los involucrados y opiniones severamente divididas entre propios y extraños, el evento cinematográfico y musical del año, innegablemente propiedad absoluta de un soberbio Rami Malek, no va más allá de la convencional historia de ascenso y caída, de vicio y fama, de descontrol y redención; una superficial apología que desatinadamente se dispersa entre las más brillantes banalidades y los primordiales dilemas artísticos y personales tanto de Mercury como de May, Taylor y Deacon; nada de esto es un verdadero hit, créeme.
Enormes baches en el camino de esta esperadísima pero malograda adaptación cinematográfica con sello hollywoodense, entre ellos el reemplazo de un casi ideal Sacha Baron Cohen, el cual, según rumores, tuvo como punto de partida una discrepancia creativa entre el actor y los productores, quienes se rehusaban a proyectar cualquier contenido de carácter comprometedor, que dañara o maltratara el legado dorado de una banda de rock que quebró moldes y costumbres. Probablemente Baron Cohen estaba en lo correcto. Ahora solo queda soñar con una posible cinta clasificación R, un relato biográfico integral con claroscuros poderosos sobre cada uno de los integrantes, así como también los pilares que hicieron de ‘Queen’ una marca en la historia: sus relaciones personales, su abierta sexualidad, sus obsesiones, sus personalidades, sus sueños, sus pecados, sus demonios y sus éxitos; como era de esperarse, el filme se concentró en lo más vistoso.
Seamos honestos: el filme es un gran pasatiempo en el cine, un show ruidoso y desganado que saca ventaja de cada uno de los hits más emblemáticos de la banda británica, simula tratar las recreaciones de sus adecuadamente icónicos videoclips y lucha entregando verdaderas respuestas a las incógnitas sobre la viciosa existencia de la figura central. Es entretenido encontrar concordancias en el retrato de los videos musicales, tal como el de "I Want to Break Free" o el gran concierto de despedida, no obstante, con un metraje de casi dos horas y cuarto ¿es correcto conformarnos solo con esto, con el nombre “Queen” en juego? No lo creo.
Ante todo, Rami Malek es el único verdadero ganador en todo este caos mediático y crítico. Malek, mayormente conocido como Elliot Anderson por el voraz tecno-thriller de Sam Esmail “Mr. Robot,” es, siempre desde un punto de vista exterior, Freddie Mercury. El actor estadounidense ha dado con el papel con el que el público lo reconocerá de aquí en adelante, no solo por la celebridad en sí que interpreta, sino por la feroz e impresionante encarnación que expone orgulloso en pantalla. El también productor televisivo nada más no se limita a imitar los más representativos manierismos del estrambótico cantante, él entiende a profundidad la psicología de un hombre avenido en legenda, hace justicia a su rol incluso si el descolorido y fallido tratamiento narrativo amenaza con arruinarlo. La manera en la que baila, camina o se comporta corporalmente, el timbre de su voz en los más ordinarios diálogos, la expresividad de sus ojos, la lucha interna por hallar quien verdaderamente es, cada mínimo aspecto que compone su performance, más allá de los más discutidos tales como la fabulosa voz— raíz de una amalgama vocal entre el actor, el propio Mercury y el cantante de rock cristiano Marc Martel, — son los que enriquecen y hacen que sea— con permiso de Christian Bale y Willem Dafoe —el protagónico masculino en un filme mainstream del 2018. Difícil decisión el elegir cual sería la mejor interpretación entre la brillante interpretación PG-13 de Malek o la sugestiva y más cruda versión R de Baron Cohen. Sin importar la elección, seguramente tendríamos a un gran Mercury frente a nosotros.
Ahora bien, fuera del brutal showcase del intérprete principal, algunas recreaciones son perturbadoramente realistas, en particular dos cortas incorporaciones referentes a los videos musicales y la monumental y afamada secuencia de cierre que toma lugar en el estadio de Wembley allá en 1986. Decir que la recreación del Live Aid, 20 minutos tan simbólicos y significativos para la historia del rock, es perfecta sería una gran mentira, pues al ser tan bondadosamente extensa , el ritmo tiende a desnivelarse constantemente, la edición es respetuosa pero algunos momentos claramente concebidos digitalmente se sienten innaturales; aun así, siendo la primera secuencia filmada en producción, es asombrosa debido a la dimensión del evento, y sin lugar a dudas poderosa por la verisimilitud y concordancia frente a la grabación original; ver a Malek jugar con su público y luego ver a Mercury hacer lo mismo eriza los sentidos, y eso, en una secuencia de tan grande dificultad, debe considerarse un auténtico logro.
Los años 80, como llamativo utensilio visual y narrativo, son representados de manera bastante adusta pero congruente en sus propósitos, las composiciones carecen de energía y brillantez incluso hablando de una época en donde el color y brillo estaban en su mayor esplendor. El filme, dirigido sin lugar a dudas por Bryan Singer y sustituido durante los últimos días de rodaje por Dexter Fletcher, no es arrojado, propositivo o ingenioso artísticamente, es fiel y sencillo, bombástico cuando no debe serlo, taciturno y relajado en momentos en donde, irónicamente, el más fastuoso espectáculo debe salir a lucir. La edición, en especial en los montajes rápidos sobre las presentaciones musicales y avances significativos para la banda, es atrapante y eléctrica, sin embargo, sin los hiperactivos cortes y avances en el tiempo, el filme pierde cualquier toque de fuerza, se empieza a derrumbar poco a poco solo para levantarse en la famosísima secuencia final.
“Bohemian Rhapsody” dirigida por Bryan Singer y ciertamente pulida por Dexter Fletcher no es, de ninguna manera, el biopic definitivo de “Queen,” tampoco el del Freddie Mercury. En resumidas cuentas, un filme biográfico convencionalmente entretenido que encuentra en la furiosa interpretación de Rami Malek su única excusa para ser alabado. La adolorida producción de 20th Century Fox llevará a la luna, una vez más, las ventas musicales para la banda británica; pondrá en boca de todos, una vez más, al actor protagonista; tendrá miles de fanáticos enojados y complacerá a los menos exigentes respecto al legado de aquel grupo de visionarios que ya hace tiempo se convirtieron en cultura general. Con un cast de apoyo nada despreciable— especialmente Lucy Boynton y Ben Hardy, —el icónico y gratuito soporte musical, algunas recreaciones impresionantes y una interpretación para la posteridad de parte de Malek, “Bohemian Rhapsody” no es un aburrido pasatiempo, es una composición artística que falla en la mayoría de sus frentes; una revisión tan superficial como descafeinada de las vidas de cinco hombres que encontraron en la libertad de expresión, el espíritu queer, la colectividad y su irreemplazable personalidad un espacio seguro al perenne recuerdo.