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    Abrir puertas y ventanas
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Abrir puertas y ventanas

    En el umbral de la vida

    por Carlos Losilla

    Resulta raro escribir ahora mismo acerca de Abrir puertas y ventanas, la ópera prima de Milagros Mumenthaler, sobre todo cuando ya hemos visto su segundo trabajo, La idea de un lago, estrenado cinco años después. ¿Cómo poner en relación estas dos películas desde esa perspectiva? Y ¿qué decir ahora de la primera de ellas, sabiendo por qué caminos ha avanzado ya la filmografía de la cineasta? La idea de un lago ha confirmado varias cosas: el espacio en el que se mueve el mundo de Mumenthaler, ese universo femenino que incluye la adolescencia, la juventud y el ingreso en la edad adulta; su capacidad para describirlo sin alardes psicológicos, a través de gestos y situaciones en apariencia banales; y, por encima de todo, su voluntad de conformar un estilo basado en la repetición, sí, pero también en las pequeñas variaciones que se producen poco a poco en su interior. Ahora, Abrir puertas y ventanas se revela como algo todavía más significativo que en el momento de su estreno mundial: película intimista pero no cerrada sobre sí misma, se trata a la vez de la culminación de un cierto “nuevo cine argentino” --con todos los matices y diferencias, el que va de Lisandro Alonso a Matías Piñeiro, de Lucrecia Martel a Celina Murga— y de su apertura hacia otros horizontes, allá donde puede ya empezar a reflexionar sobre sí mismo. 

    Tres hermanas viven en la casa familiar sin presencia adulta, tras el fallecimiento de la abuela. No pasa nada, no suceden grandes acontecimientos ni las conversaciones entre ellas albergan temas trascendentes. Pero a través del modo en que se mueven, en que se relacionan con el decorado de la casa y el jardín, en que dejan caer unas cuantas alusiones al pasado o a la incertidumbre del futuro que les espera, la película acaba bosquejando un retrato colectivo, y varios individuales, de un grupo familiar marcado por el desamparo y la ausencia, un tema que se repite amplificado en La idea de un lago. Falta aire, en efecto, que circule en medio de esas relaciones entre las que no cabe la sinceridad, quizá porque su aparición tampoco significaría nada.

    Y Mumenthaler maneja todos esos elementos con la misma distancia que aparece entre los cuerpos, pero también dejando entrever la fragilidad, la quiebra emocional que esconden esos personajes aparentemente fríos e indolentes. Podríamos convenir, claro está, que se trata de la metáfora de un país también siempre en permanente conflicto consigo mismo, cuyas clases medias se muestran incapaces de enfrentarse tanto al pasado como al presente, otra idea que reaparece de manera más explícita en La idea de un lago. Pero lo más importante de esta primera película atrevida y quebradiza, delicada y feroz, es precisamente todo lo contrario: la vida como algo que no deja de moverse y el cine como el único arte que puede responsabilizarse de reflejarlo, de dejar constancia de cada matiz de ese desplazamiento. 

    A favor: El tono, siempre el tono, y el rigor al desplegarlo. 

    En contra: Que una película como esta deba abrirse paso, en el mercado cinematográfico actual, con tantas dificultades.

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