“A veces es bonito estar en otro sitio”, cueste lo que cueste.
¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, pues nuestro maduro protagonista, un sereno, pausado e intenso Robin Williams, busca sentimiento, cariño, compañía mientras que su joven recurso de citas esporádicas, cada vez más frecuentes, penetrantes y problemáticas oferta su cuerpo, por un precio módico según la demanda del momento.
Un buen hombre, marido responsable, trabajador incansable, fiel amigo a quien no gusta lastimar a la gente, que prefiere optar por herirse a si mismo escondiendo su verdadero ser y sus sexuales tendencias, elección más sencilla y llevadera que afrontar el desprecio de aquellos que le rodean y supuestamente aman, aunque sólo sea a esa versión educada, permisiva y transigente que ha fabricado para ellos.
Historia sosegada y lenta, de nula acción y escaso sobresalto, un observar tranquilo y reposado de cómo se produce el despertar de un alma dormida y adquiere voz atrevida después de tan largo silencio, letargo costumbrista que pierde su norte por cambiar de dirección una noche y adentrarse en Boulevard, la calle que marcará su nuevo rumbo de incierto destino.
Respira solemnidad, esa inquieta calma que con disimulo va haciendo camino y ganando terreno; la historia es clásica, salida del armario de quien siempre estuvo escondido, pero cuenta con la curiosidad y gusto de ver la última actuación de un desaparecido cómico, que precisamente aquí realiza un profundo y meritorio papel dramático; por lo demás, no hay sorpresas ni grandes estímulos, aunque si mucha tristeza y necesidad de andadura que, como una losa robusta, pesa en su visión perenne de tragedia cocida a gradual fuego que sin remedio bullirá tarde o temprano; un corazón desamparado, en busca de consuelo y vigor que alienten su pulso cardíaco y eleven, esa temperatura mustia y congelada con la que vive y siente sus planos días.
Pobreza de imágenes, soledad perceptiva, tensión moderada para un abatimiento que encuentra coraje de ánimo y fuerza de decisión irreversible; no encanta ni apasiona, es modosa y apagada, pero la solidez de la interpretación del susodicho actor y la posibilidad de verle de nuevo valen la pena; duración corta para una cinta que expone con sencillez y reposo, con limitación de emociones absorbidas, ese arduo paso a estar orgulloso de quien se es, lo que se quiere y a quien se ama, aunque realmente fuera sexo por mucho que lo quiera llamar con esa dulce palabra de quien, confundido y desesperado, ve amor en la mirada tierna de un muchacho que le tiene lástima.
Delicada sin sensibilidad ni emoción respirable, narra sin vida, sin excesivo delirio, arranque o contundencia.
Lo mejor; ver a Robin Williams, por última vez, en un válido papel dramático.
Lo peor; una historia humilde, cuyo flemático montaje y tarda velocidad la convierten en áspera y distante.
Nota 5,4