Crítica de SensaCine.com para Girlhood: Espíritu libre

En Girlhood, Céline Sciamma conjuga en triple salto mortal el enseñarnos cómo es una ‘bainleau’ desde el punto de vista de una chica de 16 años desde varias aproximaciones que podrían parecer a priori contradictorias: primero a partir de una aproximación a sus personajes de tintes naturalistas, que busca la veracidad de los gestos y no sólo la verosimilitud; segundo con una puesta en escena sensorial y en ocasiones cromáticamente explosiva; y, por último, mediante un relato de iniciación que sigue al dedillo el manual del rebelde de extrarradio y que, por el contrario, jamás cae en el tópico. Triple salto mortal, como se decía al principio, del que, para suerte del espectador, sale no sólo ilesa, sino con garbo.

De la misma manera que la joven protagonista Marieme (Karidja Touré) se transforma en Vic, alias de su perfil de pandillera -sensibilidad radiante y rabia acumulada-, y metamorfosea otra vez en una figura ambigua en cuanto vez los primeros golpes de la madurez se ceban con su piel, la directora, que ya conoce cómo pueden ser de portentosos algunos relatos de adolescentes marginados (es un buen momento recuperar Tomboy, su anterior largometraje) sabe mutar la película que tiene entre manos según el tono que cada momento de la trama demanda. Hay algo mágico y terrible en la historia de Vic y, pese a las diferencias coyunturales, resulta muy difícil no sentir empatía con una mirada adolescente que fluctúa entre el neón pintado y el futuro sombrío, tan polarizado como las emociones adolescentes. Girlhood es más bien eso: una película de vaivenes y de sacudidas antes que una exploración existencial sobre el paso hacia la edad madura. Es ella interpretando cómo poder conquistar su futuro.

A favor: Las cuatro protagonistas son un derroche de carisma. Se demuestra en la secuencia del ‘Diamonds in the sky’ de Rihanna, pero también en el resto de la película. 

En contra: Que pese a los destellos vitalistas, Sciamma es algo implacable con Vic.