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    Pelo Malo
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Pelo Malo

    Prejuicios indomesticables

    por Beatriz Martínez

    Pelo malo ganó por sorpresa la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. Aunque lo cierto es que la decisión fue bastante coherente si tenemos en cuenta que el presidente del jurado era Todd Haynes, uno de los más importantes abanderados del 'new queer cinema' americano durante principios de los noventa, y la película se centraba precisamente en la historia de un niño "diferente" que tenía que aguantar la marginación social por culpa de su sexualidad difusa.

    La directora venezolana Mariana Rondón escribe y dirige su segunda película demostrando una extraordinaria capacidad de observación. Su cámara se introduce en un espacio muy privado y en un entorno muy íntimo y viciado, el de la relación entre una madre y su hijo y las tensiones que se establecen entre ellos. Junior es demasiado sensible y quiere ser cantante y tener el pelo liso. Se acicala frente al espejo y se pasa horas mirándose, queriendo ser guapo. Su madre no puede concebir este comportamiento y siente un rechazo visceral hacia él y hacia la homosexualidad. Los lazos de amor-odio que se van perfilando a lo largo de la narración cada vez se harán más tempestuosos hasta generar incluso rechazo en el espectador. Sin embargo, la directora no pretende cargar las tintas. Su estilo es bastante sobrio y medido, sin tendencia a la exageración ni al exhibicionismo emocional.

    Además de plasmar de una manera muy violencia y rabiosa esta relación materno-filial, Pelo malo también constituye una demoledora visión en torno a la sociedad venezolana. El fantasma de la decadencia social y económica, acechan en cada esquina, mientras que la corrupción moral se encuentra casi insertada como una enfermedad en el seno de buena parte de la población. Son muchos los personajes dentro del relato que se comportan de una manera miserable, quizás como reflejo de una situación con pocas expectativas, gris, monótona y desesperanzada, mientras en la televisión van retransmitiendo en las noticias la enfermedad de Chávez y las reacciones de desconcierto ciudadano que eso va provocando alrededor resultan de lo más extremas.

    La cámara de Mariana Rondón se adentra en estos grandes conglomerados de edificios que se apilan uno detrás de otro en las afueras de una ciudad casi desnaturalizada que parece no tener fin. Y allí, escarbando en las profundidades de uno de esos mastodontes, encuentra una historia pequeñita de rechazo y de necesidad de afecto, y la cuenta a través de un realismo escénico perfectamente orquestado, sin necesidad de incidir en el grado de pobreza ambiental.

    Eso, unido a la mirada de desamparo del niño, a la crudeza con la que su madre definitivamente no lo quiere, constituye un relato de una gran potencia expresiva, sin duda merecedor, si se piensa bien, del premio que finalmente alcanzó.

    A favor: La mirada nada paternalisma de Rondón a sus personajes.

    En contra: Que la historia se quede pequeña y se haga algo repetitiva.

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