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    La cabeza alta
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La cabeza alta

    Rebelde con causa

    por Suso Aira

    El día que se analicen los ítems que más ha tratado y contemplado la cinematografía francesa en un lugar destacado, muy destacado, se hallaría el de la infancia. Existe una parte muy extensa de sus producciones en las que el interés, el acercamiento y la preocupación por niños y adolescentes son el tema principal de dramas, comedias e incluso thrillers. Infancia y educación, porque la educación es asimismo el otro gran asunto clave sobre el cual se articulan esas visiones sobre esos pequeños seres humanos que viven en una isla donde no les entienden los adultos, siempre en conflicto y siempre con la rebeldía como manera de ser, sea por un mecanismo de defensa o por simple reacción.

    Entre todos los cineastas galos que se han aproximado a la infancia, sin lugar a dudas ha sido François Truffaut el más influyente. La cabeza alta es inequívocamente truffautaniana, un golpe más a Los 400 golpes fundacionales, prólogo a pequeños salvajes y a pieles duras. También es deudora de Bresson (no es Mouchette, no es tan dura, pero hay mucho de ese desamparo y esa rabia infantil y/o adolescente) y del Bertrand Tavernier falsamente documentalista, pero al final su discurso cae un tanto en las plácidas y conformistas aguas de Los chicos del coro. Tampoco es que sea algo reprobable, y el film se crece en cierta árida y neorrealista plasmación de esos dos mundos en choque como son el de los adultos/la sociedad y los niños/lo personal (vale, no es una de los Dardenne), pero en el fondo todo se encamina a lo más comercial, humanista y sentimental. Película sobre educación y sobre redención (más del adulto, en este caso el personaje de Catherine Deneuve), La cabeza alta reafirma ese interés educativo y generacional (la infancia perdida como paraíso perdido versus la infancia maltratada como infierno terrenal) del cine francés, además de su particular concepción del neorrealismo a lo largo de las décadas. Y es, por encima de cualquier otra consideración y asunto, uno de esos habituales vehículos que nuestros vecinos del norte regalan a sus estrellas de la actuación. Aquí Catherine Denueve, ya en una vejez más expresiva que su sempiterna (y tópica) gélida belleza. Ella es la reina de la función viviendo una segunda o tercera juventud que abre puertas hasta ahora más o menos entrecerradas de emotividad e inocencia.

    A favor: Catherine Denueve y su vocación neorrealista.

    En contra: cae en el buenismo desaforado.

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