Exists
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Jordirozsa
Jordirozsa

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3,5
Publicada el 28 de mayo de 2025
Hay películas que sobreviven al desprecio. O mejor dicho, hay películas que nacen desde el desprecio, que asumen su marginalidad como un código de resistencia. Exists (2014), dirigida por Eduardo Sánchez, es una de esas criaturas. Aparentemente, lo tiene todo para ser olvidada: pertenece al subgénero del found footage, arrastra el sambenito de ser “otra de Bigfoot” y se enmarca en una narrativa que parece calcada de tantas otras. Pero hay un temblor bajo su corteza, una vibración sorda que, si uno sabe esperarla, termina emergiendo como un suspiro trágico. Y es ahí donde la película encuentra su verdadera forma.

Desde los primeros planos, Exists nos sitúa en un bosque texano que no busca ser novedoso ni siquiera inquietante. No hay aquí estilización ni alardes de luz. Hay, en cambio, una apuesta por la materia: ramas, polvo, oscuridad. La fotografía, aunque tomada desde la estética del descuido, respira un ritmo perfectamente coreografiado. Hay un sentido del encuadre que parece estar luchando con la anarquía de la cámara en mano. Los movimientos son violentos, pero precisos. Como si el caos fuese el resultado de una decisión estética y no de una limitación técnica. En este bosque, la cámara no sólo observa: se esconde, tropieza, huye.

La música, o más bien su ausencia, refuerza esa voluntad de realismo. Exists no recurre a grandes crescendos ni a texturas orquestales para generar miedo. Lo que hay es un paisaje sonoro de ramas que crujen, de respiraciones agitadas, de ecos lejanos. Solo en algunos momentos aparece la intervención sonora como herramienta de impacto. Pero el verdadero ritmo lo marcan los silencios. Silencios que no llenan el vacío, sino que lo subrayan.

Pero donde la película se eleva es en su diseño de producción. Porque este no es un bosque cualquiera: es un espacio simbólico. Una trampa mitológica que se traga a los jóvenes que se atreven a perturbar su paz. El espacio no está solo construido, está narrado: cada sombra es una insinuación, cada cabaña abandonada una herida abierta. Y es aquí donde se empieza a intuir que Exists no va de lo que parece. No es una película sobre el terror, sino sobre el castigo.

La criatura —ese Bigfoot que, durante décadas, ha sido ridiculizado, convertido en caricatura o metáfora de lo salvaje— aquí se humaniza. No por sus gestos ni por su fisonomía, sino por su luto. Porque lo que se nos revela, tarde pero con la contundencia de lo irremediable, es que esta bestia está de duelo. No mata por hambre ni por instinto: mata por dolor. La narración se sostiene sobre una elipsis invisible: la muerte de su cría atropellada por el grupo de jóvenes que, sin saberlo, han profanado algo más que un territorio. Han herido un orden invisible.

Y sin embargo, Exists no moraliza. No convierte a la criatura en un mártir ni a los chicos en demonios. Lo que hace es exponerlos a todos —monstruo incluido— al tribunal de la pérdida. Es en el tramo final, cuando el protagonista se queda solo y graba su último mensaje, donde la película detona todo su potencial ético. “Lo siento. Fue un accidente”, dice. No hay grandilocuencia en esa confesión. No hay dramatismo impostado. Solo la fragilidad de un ser humano que ha comprendido que su cámara, su ansia de éxito, su mirada intrusa, lo han llevado al borde. Y entonces ocurre algo impensable: el monstruo, en lugar de matar, se detiene. Lo observa. Tiembla. Y se aleja.

En ese gesto contenido está el corazón de la película. Porque ese no es un monstruo: es un espejo. Y lo que devuelve no es horror, sino vergüenza. El terror se subvierte y se convierte en catarsis. La venganza cede ante el reconocimiento. La justicia se abre al perdón. Y todo ello sin que el guion lo subraye, sin que la dirección lo proclame. Solo con la economía del símbolo, con el murmullo ético que late bajo la carne del género.

Lo que queda, al final, no es una gran película de terror. Ni falta que hace. Lo que queda es una pequeña tragedia camuflada, una narración que juega a ser vulgar para esconder su grieta íntima. Una historia de duelo que se disfraza de slasher. Una fábula que habla del límite entre lo humano y lo no-humano no desde la monstruosidad, sino desde la posibilidad de compasión.

Exists no cambiará la historia del cine, pero sí puede cambiar la forma en que miramos ciertos rincones del género. Porque a veces, incluso entre ramas rotas y adolescentes que gritan, hay una historia esperando ser perdonada. Y hay monstruos que, aun cubiertos de barro y furia, saben hacer una pausa. Saben mirar. Y saben, si es el momento, dejarte vivir.
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