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    Los fenómenos
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    Lourdes L.
    Lourdes L.

    1.814 usuarios 101 críticas Sigue sus publicaciones

    3,0
    Publicada el 17 de julio de 2015
    Mitigar, con voluntad y esfuerzo, esa tendencia seductora de dejarse llevar y pasar de todo cuando el sueño vivido, en mil pedazos, se ha roto.
    "No me cuente sus problemas, cuénteme sus progresos", con esta contundente y avispada frase, de letal evidencia amarga, Alfonso Zarauza, en esta ocasión como sensible e intimista prototipo del válido y admirado Ken Loach -en este país se tiende a halagar lo de fuera y despreciar lo de casa- es capaz de presentar, "En tierra de hombres", esa denuncia social de a quien le quedan "5 metros cuadrados" para derrumbarse y perderlo todo, asfixia que envuelve a demasiados inocentes pendientes de una nómica que come del inerte y desaparecido ladrillo, la crisis, que ha puesto en duda la fiabilidad y estabilidad de un país, como negrura de fondo de personajes cálidos y dolientes que sobreviven a verlas venir, sin mucha esperanza ni ilusión pero, eso sí, sin perder el humor y gracia propios de esa Galicia cuya fotografía siempre es un deleite de característico placer.
    Neneta, madre abandonada por su pareja, que por fin madura, que con urgencia se hace mayor y asume sus obligaciones de compromiso hacia quien más ama y quiere, que elige sabiamente entre la dicotomía de ser un tranquilo y ausente errante de la vida, nómada sin destino ni preocupaciones o hacer frente a sus dictámenes, cuidar de quien de ella depende y afianzar esa inesperada relación de amistad nacida de la nada, sin pretensión ni requerimientos, sólo la de ser uno de los fenómenos que resisten avatares y golpes de la vida en pie, con chiste, salero e ironía, una cerveza y la nunca olvidada sonrisa siempre puesta.
    "Yo, ya no puedo", magistral sinceridad de un personaje en crecimiento, en necesaria evolución para respirar y sentir orgullo de ser, francamente interpretado por una fantástica y absorbente Lola Dueñas que, aún con el apoyo de Luis Tosar en el cartel -no así en la película donde ¡apenas se le ve!-, no necesita de abuela ni comodín en las escenas para apresar y cautivar pues se las trae y vale solita para exhibir ese coraje, afronte y fuerza de luchar por una vida digna, cuyo motor de arranque es darle lo mejor a su retoño, ese precioso Rody, Jose Antonio para la iglesia, que no tiene culpa de sus errores pero merece beneficiarse de sus cabales y responsables decisiones.
    Coincidencia temporal del boom de la construcción y el apoteosis de soñar con una vida mejor, fantasía de progreso creída y aceptada que inunda la rutina de esa malvada hipoteca, lastre que tirará hacia el fondo de un desequilibrado contrapeso que inunda y aniquila todo deseo, ensueño y alegría de inicio al ser carcomida por las mezquinas ratas de fe y convencimiento en un establecido sistema que resultó estar lleno de agujeros, estabilidad extraviada como trampa mortal para atrapar a las ingenuas moscas que caen unas detrás de otras.
    Historia personal, laboral y de amistad van cogidas de la mano en su despunte, éxtasis y principio de caída, desmoronamiento a afrontar con valor, serenidad y olvidando al espíritu bohemio que una vez fue, aceptando ser fortaleza en asfalto de ciudad, muro que no desfallece por mucho que le arreen, adiós al vagabundeo despreocupado/hola a la incansable trabajadora, madre activa, sensata y cumplidora hija.
    Aún con los reparos y destiempos de la narración, que necesitarían un golpe más de potencia e inclusión en el interior de los personajes y sus sentimientos, mayor garra, carácter y sustancia al son de su representación y acople, el relato cumple con creces con su papel, ese viaje al cielo, un paraíso de esplendor eterno y fabuloso porvenir que se desliza hacia una sorpresivo y agónico infierno que afecta a todos por igual, noria maldita que también osa rodar con maldad y a traición en su relación personal y vida social; y son, justamente, esos no descritos saltos temporales, esa no comentada, únicamente intuida, carga emocional de maltrecha relación familiar, desapego con reencontrados del pasado y cercanía con nuevos hallados por el camino lo que permite involucrar tu interés con ganas, estar atento a su deleite y degustar el relleno propio de los huecos ausentes con subjetividad de cosecha íntima.
    No darlo todo rápido y masticado sino dejar que el espectador participe también en la conformación, empatía y apego por los personajes es su don más preciado que otros pueden considerar gran carencia de falta de guión, sólo que éste es sólido y capaz, sabe con firmeza donde va y no necesita detallarlo todo a pies puntillas para que la pesadilla de cuento penetre, complazca y consiga hacerse un merecido hueco en tu recuerdo.
    No por ir firmado por alguien de fuera tiene más valor, ni por ser el director y la producción de la casa debe dejar de reconocerse su esmero y arte en el trabajo realizado, discriminación que puede llevar a no disfrutar de una buena e intimista película que dice mucho sin apenas palabras, que lo pone todo en su sitio sin exceder ni extraviarse en las escenas ya que, las explicaciones están de sobra cuando la mirada lo capta todo con evidencia suprema.
    Sonrisa, que lentamente se deja ver, de dignidad por los pasos bien dados, para volver a sercarse sin perder la honra, dignidad de merecer lo tenido, dignidad que supera el miedo, dignidad que hace sufrir pero consuela al no dejarse vencer por la tiranía, dignidad que se tranforma en respeto hacia una misma al no convertirse en jactancia, donde el dolor es la dignidad de la desgracia, donde la perfección de la conducta es la dignidad de no perjudicar la libertad ajena donde, si te dejas de pormenores sin importancia y de demandar una intensidad innecesaria, es fácil saborear, palpar y sentir la dignidad de esta cinta.
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