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    El rey de la Habana
    Críticas
    2,5
    Regular
    El rey de la Habana

    Vuelo raso

    por Alberto Lechuga

    Sin contar su parada por la miniserie de TVE sobre la visita de Eva Perón a España (Carta a Eva), cinco son los años que han pasado desde que Agustí Villaronga saliera encumbrado en 2010 del Festival de San Sebastián con el éxito crítico de Pa Negre y la Concha de Oro bajo el brazo, en el mismo año en el que a la postre acabaría recibiendo el Premio Nacional de Cinematografía, que terminó de refundar su lugar en el mapa de la industria nacional como el notable y personalísimo autor que lleva décadas siendo. Para su vuelta, Villaronga se desplaza geográficamente hasta Cuba para narrar las desventuras de Reinaldo (sólido debut de Maykol David Tortolo), un «chico joven normal, pero de tremenda pinga» que, una vez sin lazos familiares y recién escapado del correccional, tratará de sobrevivir en los duros años 90, los del castigado “período especial” cubano. Una historia que, a priori, no lo aleja de las coordenadas temáticas de su obra: el machismo enfermizo que va apoderándose del protagonista entronca con esa cierta idea de la perpetuación del mal como enfermedad hereditaria que vertebra gran parte de la filmografía del mallorquín; los derrengados edificios traducen el espacio escénico en el reflejo de la descomposición de sus personajes y la podredumbre de la sociedad que la genera; en el triángulo pasional, vuelve a ser clave la represión fruto de las convenciones sociales… En definitiva, personajes nuevamente sentenciados por una cruel carga determinista que debería abocarlos a un duelo de Eros-Tánatos tan desasosegante como los de El Mar o Tras el cristal.

    Sin embargo, los títulos de crédito ya suponen la primera ruptura con el universo del autor: con actitud de tebeo underground, marcan el tono para una narración que, efectivamente, basculará entre el retrato social a la picaresca y un triángulo sexual casi de historieta de El Víbora, a ratos divertido y convincente, hasta dulce, pero habitualmente demasiado histérico (la actriz Yorkanda Ariosa siempre al límite). Registros inéditos en la obra de Villaronga y que éste transita con cierta indefinición. El Rey de la Habana adapta la novela homónima del periodista cubano Pedro Juan Gutiérrez y a ella se mantiene fiel la narración, desplazando la mirada de su autor para traducir la pautada por Gutiérrez. Y aunque esta singularidad no se traduce en desapego hacia el material, si acaba desembocando en un relato solvente pero intermitente, que nunca termina de encontrar su tono, y, en cualquier caso, demasiado convencional para lo que podemos esperar del director de El niño de la luna o Aro Tolbukhin. Y es que, si bien es algo más descarnada de lo habitual, El Rey de la Habana se inscribe en los códigos de la picaresca - la intrahistoria de esa “gente sin Historia”, los anhelos y desencantos, la laxa moralidad de unos personajes en un mundo amoral de realismo embarrado- con un paso que se quiere firme y que acaba pecando de rutinario.

    Salvo leves fogonazos (sugerente y original la subtrama del cementerio), El Rey de la Habana es un correcto y crudo retrato de la miseria cubana en uno de sus períodos más duros y un triángulo pasional con interés, pero siempre con un pie en el tópico chillón. No es hasta su último tercio cuando nos llega la más grata sorpresa: en sus últimos latidos, Villaronga emerge con la fuerza de un ciclón para noquearnos con imágenes de impacto que abren, al fin, espacio a su poesía de lo terrible. Quizás es ser injusto con la película que ha acabado siendo El Rey de la Habana, pero viendo estos últimos compases no puedo dejar de preguntarme por la posibilidad de esa otra película, más personal y atrevida.

    A favor: La voz propia del desenlace

    En contra: La falta de ella durante el resto del metraje, cierto histrionismo

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