Lo cierto es que he llegado hasta el final sin desconectar, pero reconozco que no volvería a verla. Hay algo en la forma de contar esta historia que no termina de agarrarte, como si el guion quisiera ser profundo sin encontrar realmente esa profundidad. El drama está ahí, la relación padre-hija también, y la historia real tiene suficiente peso para funcionar por sí sola, pero el tono solemne termina alejando más que acercando.
Lo mejor, sin duda, es Dylan Penn. Tiene una naturalidad que sostiene la película sin necesidad de grandes gestos, y en cada escena se nota que está construyendo un personaje con verdad y vulnerabilidad. Es curioso ver cómo Sean Penn, estando también delante y detrás de la cámara, parece más pendiente de la imagen global que del detalle emocional. Su interpretación a veces se pasa de intensidad, como si quisiera subrayar demasiado el tormento del personaje. Y justo ahí la película pierde equilibrio.
La trama familiar tiene momentos que funcionan, pero el guion cae con frecuencia en tópicos que hemos visto muchas veces en dramas similares: huidas, promesas, silencios, redenciones a medias… Nada sorprende realmente. El problema no es que sea predecible, sino que no consigue conectar emocionalmente con la fuerza que debería tener. Además, la solemnidad visual hace que algunas secuencias, que podrían ser sencillas y humanas, parezcan más impostadas de lo necesario.
Hay algo que sí me ha gustado especialmente: la música. La presencia de Eddie Vedder le da a muchas escenas un tono melancólico que eleva el conjunto. A veces, la canción dice más que las imágenes, y eso ya te indica lo irregular que es el resultado final. La banda sonora es íntima, reconocible, y tiene un corazón que quizá al guion le falta. Sin ella, la película sería bastante menos llevadera.
En conjunto, hay intención, hay emoción en algunos momentos, y Dylan Penn es una actriz a la que quiero seguir viendo, pero el conjunto no termina de cuajar. Es de esas películas que parecen sinceras, pero no encuentran la chispa que las haga memorables. La historia real merecía una mirada más clara y menos afectada. Aun así, se deja ver, y algunos instantes encuentran verdad, pero son los menos.