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La gran mentira
Buena película, sobre la base de un prototipo de estafador y sus rutinas, se va apilando la historia principal.
Tiene enseñanzas, como nos muestra el cine infinitas veces si se quiere cazarlas. Una es muy obvia y no fácil de ver. Es, que la primera regla de un estafador es no parecerlo.
El estafador puede aparentar que pertenece a cualquier legítima actividad humana y pagar sus impuestos, pero es su tapadera. Colorea su mundo al gusto de la víctima ocasional, se reviste de inocencia y articula sus trucos hasta la trampa final.
La verdadera historia de la película se hunde en varias décadas atrás, otro lugar, otros nombres, otras circunstancias, otros hechos. Y como dijo Don Quijote: Al final todo sale en la lavada. Llega el impuesto, no de hacienda, el de la vida. Y hay que pagar, con dolor, y llega el alivio también para quien cobra.
El director, Bill Condon, una vez que se han expuesto ciertas premisas, consigue mantener el interés con soltura y sin escollos aburridos. Eso ya es un Sí. A grandes posibilidades, grandes medios, como ser una adaptación de un bestseller titulado The good lear del escritor Nicholas Searle. Para coser bien el éxito artístico, quizá el comercial quede más lejos, es de vital importancia las interpretaciones. Dos actores que puede que estén en los niveles más altos de su carrera.
Hellen Mirren es una de las diosas dignas del Olimpo de las actrices. Qué detalles más sutiles y plenos de acierto tiene su interpretación, parece que no actúa sino que su naturaleza es así. Ian McKellen está en esa altura, debe interpretar un papel de doble personalidad y tiene dos caras, una es la de tipo sencillo, honesto, bromista, encantador. Otra es justo lo contrario si se pudiera evaluar, un ser odioso y sin escrúpulos desde que nació. Entre los dos ingleses hacen que la película de EEUU pueda convertirse en un clásico de actualizada referencia. Escuela inglesa de interpretación, o simplemente: Escuela. Los actores secundarios están a gran altura.
Otra vez que se sale del cine con la certeza de haber gastado bien el día, por lo aprendido y encima de manera entretenida.
Buena película, sobre la base de un prototipo de estafador y sus rutinas, se va apilando la historia principal.
Tiene enseñanzas, como nos muestra el cine infinitas veces si se quiere cazarlas. Una es muy obvia y no fácil de ver. Es, que la primera regla de un estafador es no parecerlo.
El estafador puede aparentar que pertenece a cualquier legítima actividad humana y pagar sus impuestos, pero es su tapadera. Colorea su mundo al gusto de la víctima ocasional, se reviste de inocencia y articula sus trucos hasta la trampa final.
La verdadera historia de la película se hunde en varias décadas atrás, otro lugar, otros nombres, otras circunstancias, otros hechos. Y como dijo Don Quijote: Al final todo sale en la lavada. Llega el impuesto, no de hacienda, el de la vida. Y hay que pagar, con dolor, y llega el alivio también para quien cobra.
El director, Bill Condon, una vez que se han expuesto ciertas premisas, consigue mantener el interés con soltura y sin escollos aburridos. Eso ya es un Sí. A grandes posibilidades, grandes medios, como ser una adaptación de un bestseller titulado The good lear del escritor Nicholas Searle. Para coser bien el éxito artístico, quizá el comercial quede más lejos, es de vital importancia las interpretaciones. Dos actores que puede que estén en los niveles más altos de su carrera.
Hellen Mirren es una de las diosas dignas del Olimpo de las actrices. Qué detalles más sutiles y plenos de acierto tiene su interpretación, parece que no actúa sino que su naturaleza es así. Ian McKellen está en esa altura, debe interpretar un papel de doble personalidad y tiene dos caras, una es la de tipo sencillo, honesto, bromista, encantador. Otra es justo lo contrario si se pudiera evaluar, un ser odioso y sin escrúpulos desde que nació. Entre los dos ingleses hacen que la película de EEUU pueda convertirse en un clásico de actualizada referencia. Escuela inglesa de interpretación, o simplemente: Escuela. Los actores secundarios están a gran altura.
Otra vez que se sale del cine con la certeza de haber gastado bien el día, por lo aprendido y encima de manera entretenida.
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