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Ambientada una década después y rodada 15 años tras el fin de la tercera temporada de la serie, "Deadwood" solo será totalmente disfrutable si previamente has completado aquélla. Si hay alguna (pocas) ventajas que las series tienen sobre las películas es la capacidad de hacernos empatizar o coger cariño a personajes por el tiempo que podemos pasar conociéndolos. Y este es el caso: Ese pueblo salvaje, despiadado y lleno de intrigas y ambiciones nos vuelve a traer a todo el elenco y hace justicia a una serie que quedó en el aire cerrando las tramas de una forma estupenda. La evolución de algunos de los personajes es entrañable e incluso algun@s de l@s más controvertid@s podrán emocionarnos en algún momento. Timothy Olyphant e Ian McShane en los roles protagonistas están, como en la serie, estupendos, y el resto del reparto sigue acompañando estupendamente a este western que no merecía desaparecer sin un digno final.
Una pelicula destinada destinada a concluir una serie que no llego a su fin; desde luego prohibida totalmente para todo aquel que antes no haya visto la serie. Pese a ese destino, nos encontramos con un final un poco corto de más; fiel a la serie hace que disfrutemos durante casi 2 horas del alargamiento de esta entretenida serie de Westerm Americano.
Un epitafio perfecto
Al menos lo más parecido que la serie podía permitirse sin levantar sospechas. Funciona como colofón, sí, aunque en el fondo no deja de sentirse como otro episodio demasiado largo, saltando de personaje en personaje como quien intenta recordar dónde dejó las llaves. Humanizan a unos, desempolvan viejas rencillas de otros y, cómo no, vuelven a sacar el eterno ajuste de cuentas, que aquí aparece tan inevitable como la factura de la luz. La puesta en escena sigue siendo estupenda, lástima que la trama a ratos parezca una invitada secundaria en su propia fiesta.
Al menos lo más parecido que la serie podía permitirse sin levantar sospechas. Funciona como colofón, sí, aunque en el fondo no deja de sentirse como otro episodio demasiado largo, saltando de personaje en personaje como quien intenta recordar dónde dejó las llaves. Humanizan a unos, desempolvan viejas rencillas de otros y, cómo no, vuelven a sacar el eterno ajuste de cuentas, que aquí aparece tan inevitable como la factura de la luz. La puesta en escena sigue siendo estupenda, lástima que la trama a ratos parezca una invitada secundaria en su propia fiesta.
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