El buen momento de la industria audiovisual surcoreana y su conquista global del streaming se puede evidenciar de muchas maneras, desde el éxito rotundo a todos los niveles de Parasite (Bong Joon-ho, 2019) (recordar, la segunda película en la historia en ganar la Palma de Oro y el Oscar a mejor película) hasta la ya mítica serie El juego del calamar (Squid Game, Hwang Dong-hyuk, 2021) (cuyo principal indicador de éxito, más allá de haber generado unos estimados 900 millones de dólares en valor, algo por otro lado inaudito para cualquier serie en la época de las plataformas, o ser la primera serie en lograr el número 1 en 94 países, sea quiza haber puesto a cantar a todo el planeta, “Jugaremos, muévete luz verde; we will play, move green light; мы будем играть, давай зеленый свет...” incluso entre quienes no vieron la serie), pasando por la cantidad ingente de K-dramas (doramas) que hoy inundan las pantallas de medio planeta o el K-Pop, que arranca por igual suspiros y fervor desenfrenado a la otra mitad.
Pues bien, centrado ya en el cine, el panorama no es diferente, ya no solo por la citada Parásitos, sino porque lleva 30 años arrasando en temporadas de premios desde que Im Kwon-taek abriera el país al mundo con esa barbaridad mastodóntica y al mismo tiempo sencilla e intimista llamada Seopyeonje de 1993, (coincidiendo en tiempo con el auge de otros maestros del cine asiático como Hou Hsiao-hsien (Taiwan), Wong Kar-wai (China), John Woo (Hong Kong), (el primero de todos en llegar a Hollywood) o el también surcoreano menos apreciado pero igualmente brillante Kim Ki-duk),y que ha puesto para la historia nombres del calado de Peppermint Candy (1999, Lee Chang-dong), Memories of Murder (2003, Bong Joon-ho), Train to Busan (2016, Yeon Sang-ho) y ese triunvirato magno que gobierna todo el cine visceral, violento y de moral insostenible y de calidad que se hace hoy conocido como la trilogía de la venganza: Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Lady Vengeance (2005) (Sympathy for Lady Vengeance), de Park Chan-wook, el director de Decisión to Leave y que en 2016 nos diera una de las mejores películas en lo que va de siglo, La doncella.
En Decisión de Partir el maestro del pueblo Han hace lo que mejor sabe hacer, que no es otra cosa que dotar a la obra tanto de esa misma amoralidad voyeurista mordaz y exagerada como del estiramiento de la imaginería plástica hasta crear una rara combinación de estéticas no resuelta (que a veces se pasa tres vueltas), como tampoco resuelve la frondosidad emocional de los personajes. En la película se narra la vieja historia del cine: el detective insomne e insatisfecho con la vida (Park Hae-il) que termina enamorándose de la principal sospechosa de un asesinato (Tang Wei), cuya interpretación es lo mejor de la película.
Para narrar la historia de amor el director tira por igual de Hitchcock y de Brian De Palma, de quienes hereda el morbo más absoluto (aquí vigilar se concibe como un acto romántico y excitante) y una puesta en escena tan moderna que supera todo lo hecho hasta la fecha en cuanto a encuadres y movimientos de cámara eficientes se refiere (buena prueba de ello es esa cacería de un asesino en la azotea a mediodía que hasta ahora parecía lograda solo por los videojuegos). En las casi dos horas de película, Chan-wook demuestra el virtuosismo técnico y estético que le caracteriza y que ha madurado con el tiempo (esta película le dio el premio en Cannes a Mejor Director) y, sin embargo, todo esto es poco frente a los dobleces morales y el abatimiento físico y psicológico que hace atravesar a sus protagonistas hasta convencer al espectador de ver el crimen como un acto de amor.
La decisión de partir es también una delicia en detalles, marca de la casa, tanto que en cada bolsillo de la chaqueta del protagonista podría caber un microrrelato de los debates que suscita, hasta le da tiempo de hacer un comentario sobre la xenofobia. La película también adolece de algo importante, y es el de privilegiar el punto de vista del personaje más anodino de todos y dejar pasar el de la verdadera protagonista de la historia, ya puesta para siempre en el ranking de las femme fatale, no por la popularidad de la cinta, sino por la riqueza de matices del personaje: tremendamente sagaz, pero sobre todo tremendamente sutil.