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    Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades
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    BeniDolç Villaescusa
    BeniDolç Villaescusa

    100 usuarios 137 críticas Sigue sus publicaciones

    1,5
    Publicada el 16 de diciembre de 2022
    Alejandro G. Iñárritu, quien ha sido habilitado con cinco premios Oscar, da rienda suelta a sus tendencias más extravagantes en esta película.
    Sólo acabar de verlo uno sabe que uno a visto una buena película, pero que difilmente va ha gustar al gran público ante ese estilo cubista, en esta comedia nostálgica, ante este revisionism interno de su protagonista, uno enlaza con su director.

    El resultado del ego de Iñárritu completamente desenfrenado es este monumento de tres horas a su propia destreza y perspectiva. "Bardo" es una bolsa de sorpresas incoherentes de metáforas visuales entregadas con toda la sutileza de un mazo. Para crédito de Iñárritu, nunca pierde un momento para recordarle a la audiencia que, de hecho, está haciendo todo lo posible detrás de la cámara para que su presencia sea palpable. Pero tal pontificación interminable con solo el más mínimo indicio de profundidad puede minar incluso las imágenes más virtuosas de su poder.

    Apenas hay un intento de ocultar la influencia, no, la imitación, de su preferencia direccional.
    Silverio de Daniel Giménez Cacho, un artista al borde del colapso profesional y personal que contempla sus prioridades, se convierte en un sustituto obvio de las propias inquietudes y aspiraciones del director. (En caso de que haya alguna duda, Iñárritu diseña a su protagonista de manera idéntica a su propio rostro.

    Sin embargo, ese dulce trozo de la vida urbana contemporánea nunca ha parecido tan amargo como en el cuento picaresco de Iñárritu, que pliega el pasado, el presente y el futuro del México natal del cineasta en un viaje caleidoscópico. Silverio, también periodista de oficio, sería una excelente guía a través de la historia y el misterio del país si alguna vez pudiera salirse de su propio camino. Sus encuentros con el colorismo, el colonialismo y una juventud enclaustrada brindan una mirada ocasional a una narrativa nacional más amplia. Iñárritu cree que ha destilado a México en un solo hombre, pero solo ha reducido la historia a él mismo.

    Esta perspectiva diminuta choca con el estilo visual de la película, que siempre apuesta por más. Si bien Iñárritu abandona a su director de fotografía más reciente, Emmanuel Lubezki, por Darius Khondji, el punto de vista poético sigue siendo el mismo. Insisten en filmar prácticamente todas las escenas de "Bardo" a través de una lente gran angular, soplando la imagen y llenando el cuadro con aún más detalles.

    El estilo se basa generosamente en las colaboraciones. Sin embargo, su estética etérea suena completamente vacía cuando la mirada inquisitiva de Malick hacia el cielo es reemplazada por la autosatisfacción de Iñárritu. Es apropiado representar la cosmovisión distorsionada de "Bardo" dado que la película da una expresión vibrante a las visiones subjetivas de Silverio. Pero cuando buscan algo más, es un choque caótico de sonido y furia que confunde el volumen con el lirismo.
    Iñárritu es un cineasta capaz de conjurar imágenes bellas y audaces, pero es incapaz de transmitirlas con la sutileza de algo más ligero que una bola de demolición. Los vuelos más fantásticos de la imaginación en "Bardo" están literalmente acompañados por una gran música de metales. Su gravitación hacia la grandiosidad es tan abrumadora que le roba oxígeno a las secciones más íntimas de la película. Cualquier escena con la esposa de Silverio y sus dos hijos adolescentes son claramente bocetos delgados en comparación con los grandes lienzos que se extienden en otros lugares. Cuando las dos sensibilidades de Iñárritu deben convivir, como durante una tierna despedida de un niño perdido, el intento de simple sinceridad se desvanece de inmediato.

    Curiosamente, es posible que la crítica más penetrante de "Bardo" no provenga de ningún evaluador crítico de ideas afines que observe el último despilfarro fanfarrón de Iñárritu. El cineasta anticipa las líneas de ataque más destacadas que podrían hacerse contra su trabajo... y hace que un personaje las pronuncie directamente en la película. Sin embargo, estos argumentos son postulados por figuras que él establece como poco confiables, impuras o de alguna manera corruptas. Es un debate con un testaferro de creación propia de Iñárritu. Y para colmo de males en "Bardo": literalmente silencia a sus críticos cuando Silverio decide que no escuchará más.

    Ya sea hablando consigo mismo o hablando a su audiencia como si entregara sabiduría merecedora de una inscripción en tablas de piedra, Iñárritu no tiene nada nuevo o interesante que decir. Ha establecido que puede mover una cámara con una fluidez asombrosa, así como difuminar la fantasía y la realidad sin problemas. ¿Ahora que? "Bardo" es una película con mucho contenido propio pero con poco sentido de intriga o intuición real. Para el cineasta, está respirando su propio narcisismo. La audiencia que cada vez es más comercial y fácilona, no se si esta dispuesta aceptar este cine de autor tan exclusivo. Pues esto es más bien para aquel espectador que quiera acompañar al cineasta a perderse en la inmensidad de los sueños, de la contemplación y explorar el limbo de la vida nunca desde lo racional, sino totalmente desde lo emocional. 
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