La idea de dos amigas atrapadas en lo alto de una torre de más de 600 metros suena, de entrada, un poco descabellada. No es algo que muchos haríamos en la vida real y quizás por eso cuesta conectar al principio con la premisa. Sin embargo, la película consigue atrapar gracias a la tensión constante y al vértigo que transmite desde la primera subida hasta el último plano. Es de esas propuestas que se viven más por la experiencia física que por el realismo.
El guion no es precisamente sutil. Los diálogos a veces resultan flojos y las motivaciones de los personajes se sienten un tanto forzadas, como si fueran excusas para llevarlas hasta la cima. Aun así, cuando la cámara se asoma al vacío y la altura se convierte en la verdadera protagonista, todo lo demás pasa a un segundo plano. Ahí es donde Fall cumple su cometido: hacerte sudar las manos aunque estés cómodo en el sofá.
Hay que reconocer que, pese a lo limitado de su planteamiento, la dirección sabe sacarle jugo a la situación. El uso de los planos aéreos, el sonido del viento y la sensación de aislamiento funcionan a la perfección. Incluso cuando la trama mete giros un poco inverosímiles, la tensión nunca desaparece. Es cine de supervivencia en su versión más básica, pero efectivo.
El mayor problema es que, pasada la primera hora, la película empieza a dar vueltas sobre sí misma. Repite recursos, estira la angustia más de la cuenta y corre el riesgo de cansar. Es en esos momentos cuando uno se da cuenta de que con veinte minutos menos habría sido más redonda. Aun así, sigue siendo entretenida y logra mantener la atención.
En definitiva, Fall no es una obra maestra del género, pero tampoco pretende serlo. Es una experiencia sencilla, directa, que juega con el miedo a las alturas y lo explota hasta el extremo. Para quienes busquen emociones rápidas y un rato de tensión bien dosificada, cumple de sobra. Quizás se olvide pronto, pero mientras dura consigue lo que promete: hacerte mirar al vacío con un nudo en el estómago.