A veces, lo peor que le puede pasar a una película no es ser un desastre absoluto, sino quedarse en tierra de nadie. Eso es justo lo que le ocurre a Eradication. La premisa suena bien: una pandemia, un protagonista aislado y la idea de que en su sangre puede estar la clave para salvar al mundo. Sobre el papel, podría haber dado para un thriller tenso, claustrofóbico y lleno de suspense.
El problema es que la ejecución nunca está a la altura. El bajo presupuesto pesa demasiado, y lo que en otros títulos se convierte en creatividad aquí se siente como limitación. El guion alarga situaciones sin aportar nada nuevo, y el ritmo cae en bucles que resultan tediosos. Muy pronto el espectador intuye por dónde van los tiros y pierde la paciencia antes de que llegue el desenlace.
La fotografía tiene algún destello interesante —como el contraste del traje amarillo en medio del bosque— y se nota cierto esfuerzo en intentar levantar la propuesta visualmente. Pero cuando lo que falla es el guion, poco se puede hacer para salvar la experiencia. Los personajes tampoco ayudan: son planos, poco desarrollados y, en el caso del protagonista, incapaces de sostener el peso de la historia.
En un género saturado como el de los infectados y pandemias, Eradication no consigue aportar nada nuevo ni sostener lo poco que plantea. Se queda a medio camino de todo: no es lo bastante intensa, ni lo bastante emocionante, ni lo bastante coherente como para enganchar. Una propuesta fallida que, más allá de algún detalle técnico, se olvida tan rápido como termina.