Largometraje Comedia Estadounidense del , de una duración de 109 minutos, bajo dirección del montreales Jason Reitman y Guion de Gil Keman, con un presupuesto de 25 millones $.
Este metraje nos intenta introducir en el estreno de la loca producción del famoso Show de la NBC y que estuvo 50 años, desde el 11 de Octubre de , de forma sólida y prolífica en la televisión estadounidense, con 976 episodios emitidos. Historia que se mueve a un ritmo tan espectacular que al espectador lo deja impactado ante tantas subtramas que tiene que afrontar incluso montándose una sobre otras, por lo que se consigue trasmitir esa montaña rusa de emociones y tensión que es la tarde de un mega estreno.
Uno de los principales aciertos de la película es destilar un aspecto, una emoción concreta y construir, a partir de ahí, el total de la obra. Reitman decide centrarse en el estrés, en la tensión inmediatamente anterior a la primera emisión del show; de modo que la película no se define únicamente a través de este elemento, pero vertebra su desarrollo en torno a él, con una cohesión y un compromiso narrativo tremendos. Por lo tanto, todos los elementos propios del lenguaje se vuelcan en este compromiso. Los hechos narran un espacio temporal muy concreto, entre las diez y las once y media de la noche de aquel once de octubre, lapso durante el cual, el entonces desconocido Lorne Michaels (Gabriel LaBelle) deambula de aquí para allá, junto con su mitad creativa Rosie Schuster (Rachel Sennot), por los corredores del plató de los estudios NBC, intentando desesperadamente sostener la programación de su Saturday night, con todo en su contra, con la desconfianza de los directivos de la cadena, la imposibilidad de hacer caber tanto y tan variado contenido —sketches, actuaciones musicales, falsos anuncios, monólogos— en el reducido espacio, la actitud arrogante y/o errática de algunos miembros del equipo técnico, enfrentándose además a la dificultad de controlar a algunos miembros su elenco, hasta arriba de egomanía y cocaína.
Reitman consigue una simbiosis entre los diversos elementos narrativos y estéticos, dando forma a la que probablemente no sea su mejor obra, pero sí la más ambiciosa. Consigue que las actuaciones de O’Brien como Arkroyd, Smith como Chase o Wood como Belushi transmitan un carisma incontestable tanto para quienes conocen a estos tres referentes del entretenimiento estadounidense del último tercio del siglo XX, como para los que solo los identifican dentro del contexto delimitado dentro de las paredes de la pantalla. Por lo tanto, Saturday night asume una entidad propia, más allá de los condicionantes de la no-ficción, de los hechos reales en los que se basa, y se convierte en un producto más brillante que la suma de sus partes, demostrando la buena mano de su director.