Spike Lee siempre ha sido un director de energía inagotable, alguien capaz de convertir cualquier historia en una explosión de estilo, ritmo y mensaje. Pero en Del cielo al infierno, esa chispa parece atenuarse. Hay momentos en los que se reconoce su sello inconfundible —la cámara vibrante, la mirada sobre Nueva York, la música que marca el pulso—, pero el conjunto se siente irregular, como si la historia avanzara a trompicones sin llegar a atraparte del todo.
La película arranca bien, con un planteamiento potente y con ese aire de thriller urbano que Lee domina como pocos. Sin embargo, a medida que avanza, el guion se dispersa entre demasiadas ideas y giros que no terminan de cuajar. Es visualmente atractiva, sí, pero emocionalmente distante. Uno observa más que participa, y eso, tratándose de un director que suele involucrarte desde el primer plano, resulta desconcertante.
Denzel Washington, por supuesto, eleva todo lo que toca. Su presencia sigue siendo magnética, incluso cuando el material no está a su altura. Interpreta con oficio, con ese carisma natural que lo convierte en el centro de gravedad de cada escena, pero ni siquiera él logra rescatar del todo el interés cuando la trama pierde fuelle. Su trabajo brilla, aunque brilla en una película que a ratos parece no saber qué hacer con él.
Hay ideas interesantes sobre la moral, el poder y la ambición, pero la película se toma demasiado tiempo para llegar a ellas. Lo que podría haber sido un thriller tenso y vibrante acaba siendo una experiencia algo plana, sostenida únicamente por momentos de inspiración y por un último acto que, aunque mejora, llega demasiado tarde.
Del cielo al infierno no es un desastre, ni mucho menos, pero tampoco está a la altura de lo que uno espera de Spike Lee y Denzel Washington juntos. Se deja ver, tiene estilo y oficio, pero le falta esa electricidad que convierte una buena película en una memorable. Al final, uno sale con la sensación de haber visto algo correcto… pero sin alma.