Minnelli era, esencialmente, un maestro en la comedia y en el ámbito musical americano. A los 25 años ya era director escénico en Broadway, y fue contratado enseguida por Paramount primero, y la Metro después, donde aprendió muy bien el oficio. Dirigió a Gene Kelly en la deliciosa “Un americano en París” (1951), y a Fred Astaire en la memorable “Melodías de Broadway 1955” (1953), y realizó una serie de comedias sentimentales tales como “El padre de la novia” (1950) o “El padre es abuelo” (1951), ambas con el enorme Spencer Tracy, y que han tenido sus respectivas secuelas modernas, con más pena que gloria (con el permiso de Steve Martin).
Jonathan Shields es un ambicioso y talentoso productor de cine que ha ascendido a la cima de Hollywood, pero no sin dejar un rastro de relaciones rotas y corazones heridos a su paso. La historia se narra principalmente a través de una serie de flashbacks, contados desde las perspectivas de tres personas cuyas vidas y carreras fueron explotadas por Shields: Fred Amiel (Barry Sullivan), un director que alcanzó el éxito gracias a Shields, pero cuya amistad fue traicionada; Georgia Lorrison (Lana Turner), una actriz alcohólica e insegura a la que Shields transformó en una estrella, manipulándola emocionalmente en el proceso; y James Lee Bartlow (Dick Powell), un talentoso guionista y novelista que fue seducido por el glamour de Hollywood y la promesa de Shields, solo para ver su matrimonio y su integridad comprometidos.
En “Cautivos del Mal" Minnelli se aproxima más al cine sociológico, abarcando una voluntad más humanista, con retratos muy agudos de la clase media y el mundo podrido de Hollywood. Esta de aquí es una disección fascinante y atemporal de la ambición, la creación artística y las complejas relaciones humanas en el corazón de la Meca del Cine. Su narrativa es muy ingeniosa y no lineal, una historia que se explica a través de los ojos de tres personajes distintos cuyas carreras fueron moldeadas (y también destrozadas) por el implacable productor Jonathan Shields (interpretado de forma soberbia por Kirk Douglas). El espectador se sumerge en una red de recuerdos y perspectivas que revelan gradualmente la complejidad del personaje central, un Douglas que ofrece una actuación magnética, dotando a su personaje de un carisma arrollador y una crueldad calculada y premeditada.
Aunque Minnelli era conocido por su ojo para el color y la coreografía caleidoscópica, en “Cautivos del Mal” demuestra su maestría con el blanco y negro, con una cinematografía simplemente deslumbrante, utilizando las sombras y la luz para evocar el glamour y la oscuridad en cada plano, una técnica que nos invita a reflexionar sobre la ética de la ambición, la delgada línea entre la genialidad y la manipulación, y cómo las relaciones personales se ven afectadas por la búsqueda implacable de la grandeza. “Cautivos del Mal" es la obra de un genio.