El diario de Noa es una de esas películas que, aunque llegues sabiendo exactamente cómo va a terminar, te la ves sin problema. No la revisitaría, pero reconozco que tiene algo que la hace avanzar con suavidad, casi sin resistencias. Es un romance construido para emocionar al gran público, y lo consigue porque juega limpio: no pretende ser más profunda de lo que es, y eso ya es una ventaja en un género donde muchos dramas se disfrazan de trascendencia.
Lo mejor está clarísimo: Rachel McAdams y Ryan Gosling. Tienen esa energía de pareja que hace creíble lo que, sobre el papel, podría sonar empalagoso. Ella está radiante, él tiene ese punto de chico sencillo que encaja bien aquí, y entre ambos sostienen la película cuando el guion recurre a los lugares comunes de siempre. Al final, da igual lo predecible que sea el giro o lo obvio que resulte el conflicto: ellos dos te mantienen dentro.
La película es consciente de sus propias limitaciones, y quizá por eso no molesta. No intenta reinventar nada, no se complica, simplemente cuenta una historia bonita con un ritmo correcto y una ambientación que ayuda a entrar en el juego. La parte más emotiva está muy medida, casi diseñada para que la lágrima salga sola, pero sin llegar al chantaje emocional absoluto que uno podría esperar de Nicholas Sparks.
Eso sí: una vez terminada, desaparece rápido. No deja demasiada huella, ni invita a analizar nada. Es dulce, agradable y ligera. A veces eso es suficiente; otras veces te gustaría algo más. Para mí queda justo en ese punto intermedio: una película que funciona mientras la ves, pero que no necesitas volver a ver.