Lo primero que me ha pasado con Better Call Saul es lo inevitable: compararla todo el rato con Breaking Bad. Y claro, ahí siempre sale perdiendo un poco. No tiene esos estallidos de adrenalina, ni esa sensación constante de que todo va a explotar en cualquier momento. Es una serie más pausada, más contenida, que prefiere quedarse en los matices y en los silencios antes que en los grandes golpes de efecto. Aun así, me ha gustado mucho; simplemente juega en otra liga, más discreta, pero muy pensada.
Lo que más engancha es ver cómo Jimmy McGill se va deslizando, casi sin darse cuenta, hacia Saul Goodman. No es un giro brusco, es una deriva lenta, llena de pequeñas decisiones dudosas que vas entendiendo, aunque no las compartas. Ese “yo soy yo y mi circunstancia” aquí se ve clarísimo: familia, rencores, necesidad de reconocimiento, dinero, ego… Todo se mezcla hasta que el personaje que conocíamos en Breaking Bad encaja del todo. Bob Odenkirk aguanta esta evolución con una interpretación llena de humanidad: te ríes con él, te cae bien, pero sabes que se está perdiendo.
La serie tiene otra gran baza en sus secundarios. Kim no es solo “la novia de”, es un personaje con vida propia, con sus propias contradicciones, que poco a poco se va contagiando del mundo de Jimmy hasta cruzar líneas que en la primera temporada parecían impensables. Mike, por su parte, funciona como ese contrapunto seco y cansado, alguien que ya ha aceptado el tipo de vida que lleva y decide cargar con ello sin hacerse demasiadas preguntas, aunque por dentro aún queden restos de conciencia. Junto a ellos, la galería de jueces, delincuentes, jefes de despacho y miembros del cartel llena el universo de caras que siempre aportan algo.
En lo visual, la serie mantiene el sello del universo Breaking Bad: encuadres raros pero muy pensados, esa luz de Albuquerque casi cegadora, los detalles que cuentan cosas sin necesidad de diálogo (un coche, un vaso, un cambio de color). A veces da la sensación de que va “lenta”, pero si te dejas llevar, ves que esa calma es deliberada: te está preparando para cuando todo se tuerza. No tiene los fuegos artificiales del final de Breaking Bad, pero sí momentos que se te quedan grabados por pura tristeza, por puro desgaste moral.
Al final, me queda la sensación de que Better Call Saul vive siempre a la sombra de un monstruo sagrado y eso hace que, para mí, no llegue a estar a su altura. Pero también me queda claro que no necesita imitarla para justificar su existencia. Es otra cosa: más íntima, más gris, menos “espectacular”, pero muy sólida y muy coherente con lo que quiere contar. No es la serie que cambiará tu vida, pero sí una de esas a las que te cuesta despedirte porque has acabado sintiendo a sus personajes casi como gente que conoces. Y eso, hoy en día, no es poca cosa.