Ozark es una de esas series que te obliga a aceptar una regla desde el primer minuto: aquí nadie es inocente. No hay redención limpia ni decisiones pequeñas. Todo el mundo acaba manchándose, antes o después, y la serie no tiene ningún problema en mirarte a los ojos mientras lo hace. Eso, para mí, es una de sus mayores virtudes.
Arranca como un thriller criminal bastante reconocible, incluso con ecos evidentes de Breaking Bad, pero poco a poco va encontrando su propio tono. Más frío, más seco, menos dado al espectáculo. Aquí no hay momentos “icónicos” diseñados para el aplauso inmediato, sino una sensación constante de amenaza, de estar siempre un paso al borde del abismo. A veces puede resultar opresiva, incluso agotadora, pero es parte del trato.
El gran acierto está en los personajes. Todos son retorcidos, contradictorios, capaces de justificar cualquier cosa si eso les permite sobrevivir un día más. Marty y Wendy funcionan casi como dos formas distintas del mismo mal: uno calculado, silencioso; la otra ambiciosa, cada vez más desatada. No hay héroes ni antihéroes, solo gente tomando malas decisiones en cadena.
Y luego está Ruth. El corazón roto de la serie. Cada vez que aparece, la historia gana peso, verdad y dolor. Es imposible no agarrarse a ella, incluso cuando sabes que también está cruzando líneas que no tienen vuelta atrás. Julia Garner está sencillamente enorme, y no es casualidad que, después de verla aquí, destaque tanto en otros trabajos recientes. Tiene una presencia que se queda contigo.
Visualmente, la serie apuesta por una fotografía apagada, casi enfermiza, que refuerza esa sensación de mundo en descomposición. Todo parece contaminado: el paisaje, las casas, las relaciones. Puede que en algunos tramos se recree demasiado en su propia gravedad, pero cuando funciona —y lo hace muchas veces— el resultado es hipnótico.
No es una serie cómoda ni amable, pero sí coherente hasta el final. Puede que no alcance la cima absoluta del género, pero construye algo muy sólido: un retrato incómodo de cómo el poder, el dinero y el miedo van erosionándolo todo. Aquí no gana el más listo ni el más fuerte. Gana el que aguanta más tiempo sin romperse del todo.