Seguimos en Cannes. Viendo muchas películas pero, principalmente, haciendo muchas colas. Ya se sabe el sistema de castas impuesto por el festival para diferenciar acreditados, según el medio que cubras, te otorga un color: blanco (eres Dios), rosa con pastilla (eres un rosa, pero en pijo), rosa (se puede ver todo sin problema), azul (más tiempo de espera, pero se suele cazar todo), amarilla (funciona mejor en segundos pases, pero te condena muchos títulos), naranja (los mayores damnificados) y la verde (ésta no tengo ni idea de a qué puede dar acceso). A la sala se va entrando en función del color de la acreditación –los blancos, por ejemplo, entran directamente por una puerta interior del Palais y para cuando el resto de los mortales tenemos acceso ellos ya están sentados- y, por lo general, no avanza otra cola hasta haberse acabado la anterior. Da lo mismo que truene y diluvie –recuerdo con horror la espera bajo el agua el año de La vida de Adele-, hay que esperar. Normal que cuando un pase importante se condene a salas de menor aforo –este año paso con el Kore-eda, que se programó en la Bazin-, ni siquiera los azules tengan asegurado el visionado. Y otro día ya os hablo de cómo colarse en los pases de mercado –otro tipo de acreditaciones- donde, tengas el color que tengas, sólo por ser prensa eres considerado como el último mono del festival. Valga como dato que, el año pasado, para poder ver Welcome To New York, me tuve que colar como si fuera parte del entourage de Mickey Rourke. Pero esto que no salga de aquí. Y, ahora, vamos con las películas.
Matteo Garrone, Salma Hayek, Vincent Cassel ('Tale of Tales')
Las imágenes filtradas a la prensa de lo último del cineasta italiano Matteo Garrone –no olvidemos: el autor de la soberbia Gomorra y la locuela Reality- ya daban a entender que esto iba a ser una ruptura formal en su carrera del tamaño de un iceberg psicodélico. Y, efectivamente, Tale Of Tales, es lo que parece y mucho más. Adaptación libre de fábulas fantásticas de Giambattista Basile, la película trata de devolver a los cuentos de hadas a su terrorífico terreno de origen: la perfidia, lo macabro e, incluso, lo bizarro doman la película de Garrone de igual forma que los cuentos de los hermanos Grimm antes de que los desnaturalizaran e infantilizaran para hacerlos digeribles para el gran público. En la película hay un monstruo marino, una reina que devora corazones cocidos, un príncipe encantador con las formas grotescas de un ogro deforme, viejas Sherezades que se dejan vencer por la cirugía estética de la edad de hierro, un rey enamorado de una pulga mutante, unos gemelos albinos marcados por el sacrifico, una fuente de sangre… vamos, que los adoradores del fantástico, van a disfrutar como enanos.
Vincent Cassel, Matteo Garrone, Salma Hayek, John C. Reilly ('Tale of Tales')
Tan romántica como divertida, y eso que se toma profundamente en serio, tan salvaje como trágica, Tale Of Tales se acerca, por proximidad estética, tanto al fantástico italiano de los años sesenta (Mario Bava como referente) como a la contextualización del relato medieval en exteriores naturales que Pasolini utilizara tanto en Decamerón como en Los cuentos de Canterbury (y eso que antes de entrar en la sala pensábamos que la película iba a ser felliniana). En definitiva, una delicia de lo más extravagante, no apta por todo tipo de estómagos, donde brilla con luz propia su reparto internacional: Salma Hayek, Toby Jones, John C. Reilly, Vincent Cassel y Stacy Martin, entre otros.
Y vamos con la primera opción seria a alzarse con la Palma de Oro este año (¡y sólo llevamos dos días!): el debut en el campo del largometraje de László Nemes –lo único reconocible en su carrera hasta la fecha es haber sido el asistente de Béla Tarr en el rodaje de El hombre de Londres – con la desgarradora Son Of Saul. Crónica de unas pocas horas en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau nazi donde la cámara se pega, literalmente, al cogote de un “sonderkommando” –organización de prisioneros judíos que ayudaban en las tareas de “limpieza” en los campos-, que encuentra el cadáver de su hijo entre la montaña de cuerpos que escupen las cámaras de gas. Proyectada en 35mm –un lujo hoy en día- y rodada en formato 4:3, la película encuadra continuamente en primer plano al prisionero (en continuo movimiento) dejando en fondo difuminado a su alrededor la barbarie existente en los mataderos nazis. En la persecución desesperada de Saul (Geza Röhrig) por tratar de dar sepultura a su hijo, Nemes pone en escena cada uno de los pasos de aniquilación del campo: de la llegada de los transportes con más prisioneros hasta cuando se deshacen de las cenizas de los mismos, en un retrato del horror más abisal donde la historia relatada funciona como clara sinécdoque de la infamia global acaecida. O, visto de otra forma: esta sería una dramática historia íntima, de corte dardenniano –hay más influencia de Rosetta que de Sátántangó-, con el infierno como telón de fondo. Porque aquí no se trata de buscar la salvación, sino de trazar la lucha de un hombre por salvaguardar lo poco que le queda de humanidad. Demostrando que hasta el valor moral más nimio no tenía cabida en el pandemónium nazi. Narrada sin ningún tipo de efectismos, con la misma terrorífica naturalidad con la que Paul Steinberg retrató lo vivido en los campos en su “Crónicas del mundo oscuro”, ni concesiones al espectador, Son Of Saul va a pasar a la historia como uno de los mejores retratos del horror nazi. Además de ser toda una lección de puesta en escena para tantos y tantos cineastas que se creen que por seguir a un personaje andando ya piensan que están trascendiendo el arte cinematográfico.
+ Todas las crónicas de Cannes por Alejandro G. Calvo
