Sherlock y Watson
En la ficción televisiva del Siglo XXI andamos sobrados de epítomes de Sherlock Holmes: Gil Grissom (CSI), Gregory House (House), Rust Cohle (True Detective), Dr. Cal Lightman (Miénteme), Charlie Eppes (Num3ers), Temperance Brennan (Bones), Patrick Jane (El mentalista) y un largo etcétera que incluiría, claro está, las propias nuevas versiones del personaje de Conan Doyle, ya sea con la cara de Bennedict Cumberbatch o con la de Jonny Lee Miller. Así que no hacía falta que en MINDHUNTER nos recordaran que a los agentes especiales Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) les estaban empezando a llamar Sherlock Holmes y Dr. Watson –riman hasta físicamente con sus personajes- pero, también a su manera, Ford y Tench encajarían como una versión suavizada, menos trágica y cáustica (y eso que los crímenes sobre los que trabajan son abominables), de los Mills y Somerset de Seven. La diferencia clave sería que MINDHUNTER prioriza el trabajo de construcciones psicológicas de los criminales por delante de la investigación y resolución de crímenes en sí.
Pero en lo que se refiere a la definición de personajes, no hay lugar a duda: Ford es un joven brillante y audaz pero emocionalmente castrado y, a medida que pasan los capítulos, sumamente engreído. Su temperamento monocorde hace de él alguien robotizado pero también peligroso, capaz de empatizar con bestias asesinas hablando su mismo lenguaje y ganándoselos para su causa mediante favores que ponen en duda la legalidad de sus actos. En toda la temporada sólo hay un momento en el que Ford se derrumba: cuando su novia Debbie (Hannah Ford), también brillante, trata de seducirlo con lencería y tacones de aguja y él no puede evitar relacionarlo con el monstruo Brudos, fetichista psicótico de los zapatos de mujer. Tench, por su parte, es el contrapunto moral de su compañero. Hombre de familia, afable e inteligente a partes iguales, al principio renuncia a estar presente en las entrevistas con los presos prefiriendo irse a jugar al golf. Es el lado humano de la trama frente al androide Ford. Mientras que Tench quiere sacar su familia adelante, tratar de que se su hijo adoptado se relacione más con él y hacer crecer su nuevo departamento de Ciencias de la Conducta dentro de la legalidad; Ford, básicamente, busca el éxito profesional, que Debbie lo adore sin cuestionarlo, que su jefe y compañeros se postren ante su inteligencia superlativa. No andamos lejos de uno de los mejores personajes creados por David Fincher: el Mark Zuckerberg protagonista de La red social (2010), a su manera, otra visión del mal aunque sin cuerpos desmembrados de por medio. De hecho, el claim de dicha película era algo así como "Tú no haces 500 millones de amigos sin crearte algún enemigo", es decir, que para Zuckerberg (como también para Ford) conseguir el éxito, profesional y personal, merece la pena aunque por el camino pierda uno su alma.
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En la mente de la bestia
Creo, honestamente, que MINDHUNTER es una serie realmente extraña. Demasiado pausada para ser un thriller y demasiado cerebral para ser cine negro, sus principales golpes de efecto ocurren cada vez que los agentes especiales se enfrentan a un serial killer (esté en la cárcel o fuera de ella). Esos momentos, ciertamente eléctricos, no sólo funcionan como un vórtice narrativo que absorbe al espectador sino que además se adentra en ese retrato del mal que Fincher lleva buscando desde que los aliens se zamparan a los presos planetarios en Alien 3 (1992). He ahí la clave para que MINDHUNTER funcione dentro de un panorama televisivo que, como ya hemos dicho, está sobre plagado de detectives con síndrome de Asperger. El poner frente a la cámara reconstrucciones de serial killers –en YouTube uno puede encontrar entrevistas reales con Edmund Kemper (por ejemplo) y el parecido con la serie es realmente terrorífico- y hacerlos hablar de sus actos para así ahondar en la compleja psicología de estas bestias humanas es algo absolutamente brutal. Tanto por lo que significa –el acercarnos a entender el porqué del envilecimiento humano- como por su función dentro de la ficción –la seducción entre presa y cazador y, también, como de dicha experiencia se extraen herramientas que sirvan para atrapar a nuevos asesinos-, además de extraer una rima que es capaz de helar la sangre: si bien toda la ficción es inventada esos asesinos fueron personas reales que cometieron abyecciones más allá de toda lógica humana. Con lo que la habitual excusa que nos da el cine de terror –el horror está en la pantalla, fuera del alcance del espectador- aquí es mucho más difusa, pues si bien no estamos delante de un documental, uno no puede alejarse tan fácilmente de las aberraciones mostradas.
¿Y qué pasa con el resto? Buena pregunta. Ahí es donde, creo, MINDHUNTER cojea más. Partamos del hecho de que su protagonista principal, el agente especial Ford, es progresivamente más y más antipático –nula empatía con el espectador- y que los atractivos cimientos de la serie –esos viajes en avión por todo el país mostrados en montaje sincopado- van deshaciéndose en migajas a medida que esta avanza. El corpus dramático que se nos muestra para dar capas a los personajes tampoco es que acabe por brillar: ni la vida familiar de Tench ni los escarceos románticos de Ford están a la altura de la parte criminal; sin duda dan hondura a los personajes, pero la serie se vuelve mucho más aburrida (y predecible). Mucho más interesante es el personaje al que da vida Anna Torv: la Doctora Wendy Carr, verdadera mente pensante del equipo que contrapone las pulsiones de Ford y la rudeza de Tench con la agudeza y la serenidad del mundo académico. Creando un triángulo protagonista que, aunque descompensado, hace que al menos las secuencias en el sótano del FBI reluzcan por sí solas.
