Cuando en 1994 apareció 'El rey león', Disney disfrutaba de su enésima luna de
miel con los espectadores a cuenta de una serie de éxitos -dentro de la pantalla,
centros comerciales y parques temáticos- como 'La Sirenita', 'Aladdin' o 'La Bella
y la Bestia'. Eran los años a. P. , antes de Píxar, donde la animación suponía esa
arcadia de lápiz y color, el paraíso de las canciones eternamente nominadas al
Oscar. Luego llegó Píxar, con su imagen digital, Dreamworks y esa rúbrica de dotar
a sus creaciones de voces de celebrities, y la consecuente caída de Disney tal y
como la conocíamos. Su particular efecto 2000.
Eso no significa que la compañía comenzara a saludar a los números rojos.
Ninguna otra major como la empresa del creador de Mickey Mouse ha logrado
sacarle tanto rédito a las otras ventanas de explotación de lo cinematográfico
allende las salas de cine. De hecho, aparte de 'Star Wars' y otros ejemplos punteros,
podríamos apropiarnos de la definición de Esteve Riambau en torno a cierto cine
contemporáneo como un "lujoso spot publicitario" a la hora de abordar esta nueva
versión de 'El rey león' en 3D. Además del sector del cine doméstico o el terciario,
el triunfo de Simba sobre su pérfido tío Scar ha parido una secuela, una versión en
teatro musical y otra sobre hielo, "El rey león On Ice" (una de mis favoritas). Por
tanto, la pregunta correspondiente que surge de todo esto es si realmente hacía
falta y qué aporta, más allá de liquidez a las arcas del tío Gilito.
Vaya por delante que a Simba pocos le ganan en ternura, aunque quienes sienten
debilidad por los felinos no necesitan de la tridimensionalidad en pantalla para
emocionarse de manera más intensa. Tampoco lo consigue la técnica de lo
estereoscópico. ¿Es posible que un dibujo planteado en dos dimensiones pueda
llegar a transformarse para salir de la pantalla sin apenas ser modificada su
esencia? La respuesta, según mi opinión y visto lo visto es no. El 3D añade una
notable profundidad de campo a las diferentes capas que se suceden entre figura
y fondo, amén de una viveza al colorido tal que uno intuye donde pudo inspirarse
James Cameron a la hora de pensar la policromía de su 'Avatar'. Pero poco más. No
esperen que una gacela salte sobre los ojos o sentir pavor ante el desfile de risas
estereoscópicas de las hienas, porque no lo encontrarán. Aquí no hay didáctica de
lo tridimensional, sino una sucesión de capas saltarinas.
Así pues, si la nostalgia les llama más que la razón o la pereza, adelante.
Seguramente su decisión ayude a que los almacenes de la compañía acaben de
vaciarse y confirmar que el cine supone apenas el 15 por ciento de los beneficios
de cualquier conglomerado multimedia. Y disminuyendo.
Lo mejor: La secuencia de Scar y las hienas, inspirada, claro, en las sombras
del totalitarismo del siglo pasado.
Lo peor: El 3D.