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    La leyenda del samurái - 47 Ronin
    Críticas
    1,5
    Mala
    La leyenda del samurái - 47 Ronin

    Chambara versus Hollywood

    por Quim Casas

    No es una cuestión de abanderar el purismo o excesivo respecto hacia unas determinadas tradiciones cinematográficas, pero para hacer probaturas entre relatos de samuráis y elementos fantásticos y de espada y brujería no hacía falta tomar como base argumental la conocida historia de los 47 ronin, los samuráis desposeídos de su condición que lograron vengarse del señor feudal que había provocado la muerte del noble para el que trabajaban. Esta historia pertenece al imaginario heroico japonés y, además, ha sido llevada al cine por autores tan importantes como Kenji Mizoguchi y ha generado otro tipo de relatos, siempre con la venganza y la misión en grupo como elementos esencial, firmados por Akira Kurosawa (Los siete samuráis) o más recientemente Takashi Miike (13 asesinos).

    Siendo verdad que cualquier argumento puede ser modificado, reconstruido, deconstruido o revisado desde el manierismo a la desfiguración total, el de los 47 ronin es patrimonio de una manera muy concreta de entender la acción y el heroísmo, la lealtad y la venganza, patrones temáticos (y estilísticos) del género chambara. Así que, volviendo sobre lo mismo, los responsables de La leyenda del samurái (47 ronin) podrían haberse ahorrado el referente e inventarse una historia propia para no caer tantas veces en el ridículo.

    El guerrero occidental que interpreta Keanu Reeves, por ejemplo, no tiene entidad alguna en la historia, ni en sus fantasiosos orígenes, mal explicados, ni en el papel que juega en el drama más allá de enamorar a la hija de un samurái y mostrar en todo momento su lealtad a la causa. No hay contraste cultural ni figuraciones dramáticas en su presencia: está porque convenía que estuviera un actor hollywoodiense de las características de Reeves, a quien en una secuencia le hacen combatir al ralentí como si aún estuviera en los dominios de Matrix.

    Si este personaje chirria, el derroche de brujería, criaturas fantásticas, armas mágicas y decorados que en nada se corresponden con la imagen del Japón feudal, ladea el filme hacia un territorio indeterminado, inconsistente, sin relevancia trágica –y es una historia enraizada con el verdadero espíritu trágico del chambara– y nada accidentado, una sucesión de momentos de acción más o menos bien resueltos pero mal engarzados entre sí porque no hay nada especialmente relevante que contar entre las rendijas de las batallas y duelos a espada. La película del debutante Carl Rinsch aporta bien poco en un momento en el que, gracias a autores como Yoji Yamada y Takashi Miike, el cine de samuráis renace entre el clasicismo y la modernidad.

    A favor: el enfrentamiento inicial con una gigantesca criatura y algunos momentos de plasticidad bélica.

    En contra: su negación del drama y el conflicto, la escasa entidad de todos los personajes.

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