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    El ejercicio del poder
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    El ejercicio del poder

    Radiografía del poder

    por Israel Paredes

    'El ejercicio del poder' comienza con un sueño en el que una mujer desnuda se introduce, solícita, en la boca de un enorme caimán ante la observación de un grupo de hombres en un entorno palaciego de aliento ministerial. El mismo que, con ciertas variaciones, vemos a continuación, ya en la realidad, con unos jóvenes que celebran una fiesta, con la música a todo volumen, mientras beben y se ofrecen sexualmente entre sí. Una llamada rompe el momento: ha habido un accidente de autobús con varios muertos. El operativo ministerial se activa. Llamadas, coches que recogen a los políticos de turno y desplazamiento hacia el lugar de los hechos.

    De esta manera arranca la segunda película de Pierre Schöller tras su debut en 'Versalles', obra que miraba de cerca el cine de los hermanos Dardenne, productores, no por casualidad, de 'El ejercicio del poder'. Este comienzo resulta hermético y enigmático: cuando vemos a Bertrand Saint-Jean (Olivier Gourmet), ministro de

    transporte del gobierno francés, llegar al lugar del suceso, todavía no sabemos bien por dónde pretende Schöller conducir la narración. La exposición es lenta, detallista, todavía hermética. La sensación es de observación de los acontecimientos. Una manera de marcar, desde temprano, el tono y el ritmo que Schöller quiere imprimir a una película ambiciosa y complicada en su planteamiento y en sus ideas.

    'El ejercicio del poder' pretende ser un acercamiento no tanto a unas cuestiones políticas sino a la política en sí misma. A su organización, a las redes que la tejen, a los intereses que la sustentan. Hay un deseo explícito de ser objetivo, directo, sin caer en modo alguno en un juego ficción-documental que, es evidente, podría haber sido una elección bastante fácil para construir esta narración. Schöller es directo y apuesta por una puesta en escena elegante, de encuadres y planos muy bien construidos cuya sobriedad tan solo se rompe en determinados momentos de manera poco afortunada, como cuando introduce sobre pantalla sobrepuestos los mensajes de texto de los móviles, una manera de no tener que recurrir al montaje para mostrarlos pero que a larga se presenta como una elección casi caprichosa. Sobre todo porque 'El ejercicio del poder' mantiene una distancia con sus personajes y con la historia que ocasiona que esas elecciones (como la reiteración de algunos momentos oníricos redundantes), sin molestar demasiado, no aporten nada en absoluto.

    Detalles que no ensucian una propuesta necesaria en la actualidad, arriesgada aunque muy discutible (lo cual hace de ella que sea aún más interesante). Schöller se adentra en los entresijos de la política desde diferentes perspectivas, pero siempre desde el interior del poder. Esto puede producir por parte del espectador un cierto distanciamiento al no entender bien ciertas cuestiones, un sentimiento de total lejanía hacia aquellas cosas que se discuten en los llamados pasillos del poder, un espacio metafórico que Schöller se ocupa de resaltar en su materialidad mostrando su raigambre palaciega: espacios que otrora albergaron discusiones de

    poder no muy diferentes a las actuales. Cambian los personajes pero no así su espacio y sus papeles en el entramado del poder. Pero esa distancia que la película puede crear con respecto al espectador, y que creemos es totalmente deliberada, corresponde con una de las ideas más interesantes que propone en su narración 'El ejercicio del poder': la enorme distancia entre las decisiones de poder de los gobiernos y los ciudadanos. Así, Bertrand, que en todo momento es presentado como un hombre/político que busca una complicidad con sus subordinados, cuando comienza a darse cuenta de que debe posicionarse para no perder su poder y sus privilegios tomando decisiones que van en contra de sus ideales, también descubre que está solo, que no tiene amigos, que los individuos que están fuera de su círculo de poder no representan nada. Esta imagen de una política alejada del pueblo que recibe sus decisiones, era quizá más necesaria que nunca en un momento en que la política se ha convertido en una suerte de comentario alegre y banal, en algo tan solo opinable pero sin reflexión alguna.

    Para acentuar todavía más lo anterior, Schöller plantea una visión de las decisiones políticas no solo desde esa lejanía, sino que también muestra el cambio tan patente que han experimentado desde hace tiempo los gobiernos democráticos actuales en el que las decisiones de poder vienen dadas por corporaciones, por el capital, antes que por cuestiones que verdaderamente importen a los votantes. Schöller muestra pero no comenta, se queda al margen, quizá algo que molestará a muchos, sin embargo, quizá sea la mejor manera de hacer ver que ahora, en los ámbitos del poder, quienes gobiernan realmente no son aquellos que se sientan en las sillas ministeriales, sino quienes desde la sombran mueven el dinero. Para Schöller el político puro parece haberse desvanecido, o está en ello, o quizá simplemente ha devenido en una forma diferente, en un ser mutante que debe adaptarse a los nuevos tiempos. Para ello utiliza la figura del consejero de Bertrand (un soberbio Michel Blanc), un hombre que estudia y entiende la política desde una perspectiva todavía intelectual, como un político que pretende, desde el trabajo, cambiar las cosas. Frente a él, asistimos al proceso de cambio de Bertrand, quien, como en su sueño premonitorio, se introduce voluntariamente en unas fauces que sabe que tarde o temprano le acabará no solo engullendo, sino también triturando. Pero acepta ese reto, acepta ese destino. Como demuestra la terrorífica imagen final, cuando observa a su consejero y amigo retirarse de un juego al que no le han invitado, como un desterrado del reino.

    'El ejercicio del poder' puede que no sea una película perfecta, pero casi. Es excelente, es incisiva e hiriente y, sobre todo, molesta. Porque plantea cuestiones que pueden incomodar a diferentes tipos de espectador. Y, sobre todo, porque certifica que la política no ha muerto. Sino que se ha convertido en algo diferente. Posiblemente en algo mucho peor. Y para ello, ha construido una obra tan fría y distante como aquellos quienes manejan la vida de sus países.

    A favor: La sobriedad estilística Schöller, los actores y la necesidad de que exista una película así.

    En contra: Las salidas de tono de algunos momentos en el plano visual.

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