Legendaria no es, ¿descabellada? por supuesto que sí
Pregunta curiosa: ¿Se puede determinar la cantidad cabal en que la leyenda de Arturo de Bretaña ha sido retratada (independiente en expresión) en algún medio audiovisual? El feed-back sería una autentica indeterminación. “Parfisal” de Edwin S. Porter no tenía idea alguna del fenómeno narrativo que iba a provocar tiempo después de su estreno en 1904; ingenua y audaz, este filme mudo tan solo adaptaba la opera de Richard Wagner, con la que Wagner daba una vuelta de tuerca al poema homónimo de Wolfram von Eschenbach en donde la contienda caballeresca, la hechicería, el amor, la pasión y el legado hacían su carta de presentación tanto en los tabloides como en los celuloides. Las aventuras épicas-medievales-caballerescas han sabido racionar su elixir de inmortalidad, ya que una década y cuasi siglo y medio después, los relatos londinenses emplazados en plena extensión del siglo X al XV, erradamente, simulan poseer la reciedumbre imprescindible para—con un exagerado positivismo—que una saga al estilo “Avengers en el Londes medieval”, propiedad de Warner Bros., vea la luz en mitad de la era del milenio, eso sí, dando justo en el clavo con el realizador que modernizara la historia celtica, quien peca por su creatividad al sustentarse con demasiada libertad en la filosa espada literaria, cayendo lacerantemente en su marcado registro direccional, suscitando un remolino de variopintas mezclas que ofrecen una dispar nueva cara para el Rey Arturo.
Un pequeño Arturo, célebre personaje en la literatura europea, se ve forzado a presenciar el exterminio de no solo su reino y todo lo que este alberga, sino de su propio núcleo familiar, adicionándole con ironía, la espalda clavada con fuego a sus espada por su tío Vortigern (Jude Law). Criado entre senos de lujuria, escasez y amor, Charlie Hunnam (“Sons of Anarchy” – “Crimson Peak”) crece a golpazos entre rústicos callejones londinenses, para según la insigne leyenda y el extravagante hilo narrativo escrito a diez manos, redefinir su filosofía de vida y aceptar lo que le depara el destino: convertirse en el monarca ideal tanto en guerra como en paz. Y sí, pese a la gran libertad aplicada, Excalibur ha de estar presente ¿Qué seria del Rey Arturo sin lo que lo hace ser el Rey Arturo? (por supuesto, omitiendo la ausencia de Merlin).
Amén de ser sostén para la expansión de la literatura medieval, el relato ha sido uno de los más influyentes y prominentes en el mundo cinematográfico, interpretaciones sucumbidas en las manos y mentes de disimiles realizadores que le han impregnado, mal o bien, su distintivo sello sirviéndose en poca o gran medida de los anales de un personaje, que se rumora, es ficticio. Guy Ritchie, director británico de características tan arraigadas como iterativas que impartió tendencia años atrás con su segundo largometraje “Snatch”, consiguió convencer a la compañía Warner Bros. de responsabilizarle por una modernización de calibre con un presupuesto de 175 millones de dólares. Tremenda hazaña debió de realizar el director para que esta le permitiera contar con semejante monto presupuestario, el cual, a simple vista, se estancó en los efectos especiales. Aquel Ritchie que se abrió paso a principios del siglo veinte con su estilo acelerado y cómico—incluso hiperactivo—, el cual le exigía al espectador la suficiente atención para no perderse en el torbellino de relatos entrecortados tanto por flashbacks como flashforwards, ahoga la oportunidad con una inusual mescolanza de géneros e ideas, que si bien se les aplaude lo arriesgado de las elecciones, no terminan por cuajar del todo, como el arranque ritchiniano atribuido a la infancia del protagonista en donde no se percibe fluidez, no genera interés y visiblemente muestra una apariencia vergonzosa, poniendo en manifiesto la fatiga de su director por perdurar su huella con cada trabajo, algo que ya no impacta del mismo modo que antes. A esto se le debe agregar nuevas innovaciones que van desde ángulos cenitales que aumentan y focalizan el campo visual como si de un videojuego se tratase, la inclusión de vistas en primera persona o inclusive la aplicación de un acento callejero y urbano a una persecución épica por las calles de Londres, un cine que rompe tradicionalismos pero nunca llega a lucir verdaderamente sugestivo.
Estéticamente hablando, “King Arthur” plantea reinvenciones interesantes, en las cuales se encuentran los elementos exigidos para que no se sienta completamente ajena a la historia base. Está claro que los efectos visuales emborrachan y en determinados periodos estropean la imagen en su totalidad, no obstante, solo unos cuantos son los lunares que se le encuentran a las tomas de elefantes colosales desbaratando imperios, un reino tan vasto como lúgubre, unas aguas encantadas por un dios y sus penitentes, entre otros. Sin embargo, en términos generales, la cinta acoge un tono, visualmente, oscuro y pesimista, una técnica que hubiera funcionado en la primera media del largometraje, en donde el protagonista se encuentra inmerso en la confusión y en la búsqueda de sí mismo, no obstante, la opacidad está ahí de principio a fin, lacrando la agresividad de la imágenes con colores oscuros en demasía.
Con la ayuda de algunos carteles promocionales y uno que otro video publicitario, se puede detectar sobre quienes cae el peso del relato: Charlie Hunnam y Jude Law. Al primero le queda bastante bien la indumentaria descuidada y el cabello rubio de Arturo, su interpretación es creíble y el carácter propio que le dota al personaje es lisonjero, aun pese al estereotipado esbozo de su rol, uno muy adepto a la edición de Joseph Campbell “The Hero’s Journey”. Destacando su riguroso trabajo físico, el cual no se puede pasar por alto en proyectos como estos, Hunnam posee los mínimos requeridos para, en un futuro distante que tal vez nunca vea luz verde, acaudillar la franquicia del Rey Arturo. En cuanto a Law, sus representaciones siempre son excelentes, y aunque esta no alcance a serlo, quizás por la falta de comprensión sobre la magnitud de su papel, le queda como anillo al dedo la locura enfermiza, la traición y avaricia de un rey elegido por equivocación.
Proyectando al espectador un hibrido cinematográfico que únicamente encuentra su punto de gloria en seleccionados visuales que pueden catalogarse como visionarios y unas secuencias de lucha y aniquilación ejecutadas con fulgor, claro está, acicaladas con la deleitante banda sonora a manos del caballero Daniel Pemberton; Charlie Hunnam y Guy Ritchie cumplen a raspas ser un título veraniego, a mérito propio, distinto, lastimosamente, dejando por el camino, cada vez con más celeridad, pisoteadas las considerables expectativas que tenía a su crédito. Un largometraje que concluye al igual que la mitológica espada Excalibur, incrustada en su áspero molde.