Kanjuro Nomi fue un samurái, hoy lo único que conserva de ello es la funda de su espada. Hace años que decidió abandonar la causa para cuidar de su hija Tae, pero toda decisión conlleva una consecuencia, y actualmente es buscado por abandonar a los samuráis. Lo único que puede hacer para ser perdonado y mantenerse con vida es devolver al príncipe la sonrisa que, tras la muerte de su madre, perdió para siempre. Si no lo consigue, en 30 días se tendrá que suicidar clavándose una espada en su estómago, es decir, realizando el seppuku (harakiri), una técnica exclusiva de los samuráis para morir con honor o en este caso, por ser una vergüenza para el colectivo.
Hitoshi Matsumoto deja la habitual extravagancia de sus películas para mostrarnos de forma entrañable la afectuosa relación entre un padre y su hija, pero sin dejar de incluir sus características pinceladas cómicas, firma de su aclamada carrera.
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