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    Ted 2
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Ted 2

    Oso con espada

    por Daniel de Partearroyo

    Después del cataclismo del año pasado con la insalvable Mil maneras de morder el polvo, se llega a agradecer que Seth MacFarlane regrese a la utilización de un álter ego digital –el osito de peluche Ted– como personaje al que dotar de voz, una vez comprobado que sus dotes dramáticas no resultan demasiado convincentes cuando se pone delante de la cámara. Ted fue un inesperado éxito de taquilla en 2012, lo que ha propiciado esta secuela directa, Ted 2, donde el creador de Padre de familia vuelve a tomar a Mark Wahlberg como cómplice y, bajo la identidad del peluche CGI, se regocija de nuevo en sus géneros favoritos –el cine de colegas, la comedia romántica, el musical a lo Busby Berkeley y una inusitada adhesión: los dramas procesales– mientras hila una comedia basada en el gamberrismo de sus protagonistas, el non plus ultra escatológico y el suministro aleatorio de referencias a la cultura pop.

    Puede que para muchos espectadores esos andamiajes sean insuficientes, pero MacFarlane ha levantado todo un imperio cómico aplicando escasas variaciones a la fórmula así que es indudable que cuenta con su público, dispuesto a quedarse con los gags que realmente funcionan –algo que nunca habría que olvidar del humorista: cuando da en el clavo tiene la virtud de ser desopilante– y olvidar la tonelada de ocurrencias que actúan como relleno. Podría decirse que a MacFarlane le gusta variar tan poco su fórmula cómica como la movilidad de los dibujos en sus series de animación. Ted 2 mantiene mucho del esquema de la primera parte, forzándolo dentro de una historia judicial en la que Ted (MacFarlane), John (Wahlberg) y la abogada Sam (Amanda Seyfried, en reemplazo de Mila Kunis y asumiendo prácticamente su diáfano papel, vacío en lo que esencialmente es un show de tíos) se embarcan en la lucha por el reconocimiento de los derechos civiles como persona del oso, designado mera propiedad inanimada por el estado de Massachusetts cuando intenta adoptar un hijo con su mujer. Como si esa línea argumental no fuera suficiente, se mantienen residuos de lo que debía ser un borrador de guión anterior, donde reaparece el villano interpretado por Giovanni Ribisi en la primera parte, de nuevo a la caza, captura y disección de Ted. Sin duda, esa subtrama pegada con esparadrapo al argumento principal es lo peor de la función, inflando la duración y redundancia del filme.

    Es una pena, porque hay momentos en los que Ted 2 demuestra buen pulso cómico dentro de su campo de juego –el sexismo, el racismo, la homofobia, la ofensa gratuita y cualquier violación imaginable de la corrección política–, pero los momentos brillantes suelen perderse entre los parones de una trama perezosa y mal encolada. Ni siquiera es un problema achacable a la indolencia inherente de MacFarlane, nada interesado en dar a su tercer largometraje un look ajeno a la realización televisiva de la sitcom más rutinaria –engaña al principio con el número musical de los créditos y un fragmento de drama conyugal cámara en mano, pero luego nada–, pues el mejor momento de la película –el club de monólogos improvisados– parece un añadido al límite de la postproducción, sin ninguno de los protagonistas en pantalla y sólo sus voces. Pero es brillante. Y demuestra que MacFarlane puede acertar mejor o peor en las distancias cortas, pero en las largas se hace inaguantable. Seguramente, Ted 2 tiene dentro media hora de diversión garantizada –y agudas referencias culturales, habitualmente, las que no están subrayadas con fluorescente; es decir, una minoría–. Es tarea de cada espectador decidir si le merece la pena hurgar dentro del peluche para encontrarla.

    A favor: Algunas ocurrencias llevadas al absurdo, como Liam Neeson comprando cereales.

    En contra: Ted podría ser una hilarante serie de televisión con tramas autoconclusivas. Como saga cinematográfica, está más que agotada.

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