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    La cumbre escarlata
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La cumbre escarlata

    Triángulo de amor gótico

    por Eulàlia Iglesias

    Se palpa en cada fotograma de La cumbre escarlata que esta no es un proyecto surgido de un despacho de Hollywood sino de un entusiasta del fantástico. Guillermo del Toro nos regala una muestra de un género, el melodrama gótico, que raramente consigue hacerse un hueco entre los blockbusters de temporada. Y lo lleva a cabo sin marcar ninguna distancia irónica, abrazando su romanticismo desbordado y celebrando todos sus referentes literarios y cinematográficos.

    Sin caer en el remedo a base de guiños referenciales, Del Toro y su coguionista Matthew Robbins construyen una película que recorre todos los elementos reconocibles de este subgénero. Como en la literatura de Henry James, existe una clara oposición entre la Gran Bretaña aristócrata, decadente y endogámica que representan los hermanos Sharpe y unos Estados Unidos emprendedores, vitales y planos encarnados por Edith y su otro pretendiente. Como en las novelas escritas por las autoras de literatura gótica y sus ilustres herederas como Daphne du Maurier, el habitual caserón que centra la novela deviene también un campo de batalla para los personajes femeninos, que pugnan por el control de este, su único espacio posible de poder. Como manda la literatura romántica, aquí se lleva a cabo una reivindicación de un universo donde no existe una frontera definida entre el mundo de los vivos y el de los muertos, donde queda diluida la frontera entre la realidad tangible y otras posibles dimensiones espirituales. El film arranca con toda una declaración de intenciones en este sentido: la protagonista proclama que los fantasmas existen.

    Dentro de un tipo de ficción en la que se siente como pez en el agua, La cumbre escarlata ha permitido a Del Toro introducir elementos melodramáticos insólitos hasta el momento en su filmografía, como la clásica escena de baile que articula el cortejo entre los protagonistas o la creación de un personaje masculino que ejerce de ambiguo galán seductor. Y en un momento en que los roles femeninos se han convenientemente actualizado en el cine de género, también resulta estimulante que, al contrario de lo que sucede cada vez más en la ficción de época, las protagonistas no sean dos personajes con mentalidad y actitudes del siglo XXI que visten ropajes del XIX. La personalidad de Edith y Lucille responde a las circunstancias del momento y del género sin que ello les quite un ápice de fuerza. Aunque se desaprovecha de mala manera la idea de que Edith sea precisamente una escritora de novelas. Por el otro bando, La cumbre escarlata nos regala una de las más atractivas villanas del cine reciente, una mujer capaz de convertirse en monstruo por amor.

    Del Toro también es fiel a los orígenes del género a la hora de otorgar lustre y suntuosidad al aspecto visual, desde la caracterización del personaje de Edith, que parece escapada de un cuadro prerafaelita, al uso expresionista del carmesí que tiñe las entrañas del caserón pasando por los múltiples detalles que definen un edificio con vida propia. Es en este campo sin embargo donde la película responde en demasía a los estándares inanes de la gran producción. Aquí hubiéramos preferido una película más imperfecta pero también más personal.

    A favor: Jessica Chastain como la adorablemente perversa Lucille.

    En contra: La sobreabundancia del tratamiento digital en el diseño de producción sustrae fuerza matérica a la ambientación.

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