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    Stella Cadente
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Stella Cadente

    Experimentos con la Historia

    por Quim Casas

    Pueden rastrearse detalles, ideas, rasgos comunes o mínimas señas de identidad con algunas de las películas que ha producido Luis Miñarro, pero en su primer y muy personal trabajo de ficción como director, Stella cadente (Estrella fugaz), domina tanto el arrojo formal como el sentido del humor, la desacralización de la denominada reconstrucción histórica como el valor del anacronismo (canciones de pop francés en pleno reinado de Amadeo de Saboya, del mismo modo que Bertrand Bonello utilizó a los Moody Blues en las escenas de baile de un burdel de principios del siglo XX en L’Apollonide).

    Partiendo de diversos géneros para desmontarlos también (el melodrama se convierte en ensoñación, la comedia deviene absurdo), Miñarro concentra en su película el breve reinado del monarca piamontés Amadeo de Saboya en España, víctima de todo tipo de intrigas e intrigantes en desacuerdo con las avanzadas ideas que quería implantar en pos de la reforma social y la igualdad de clases. Es verdad que ese breve reinado de tres años, entre 1870 y 1873, coincidió con el momento álgido de la crisis de Cuba y el inicio de otra guerra carlista, pero todo esto le importa relativamente a Miñarro: su filme es sobre el personaje antes que sobre el contexto, de ahí las constantes y gozosas licencias, rupturas y reconversiones con la Historia que propone.

    La fotografía de Jimmy Gimferrer, sobre todo en los momentos nocturnos, nos traslada a un universo en aparente duermevela donde el impresionismo y los bodegones realistas se dan la mano, del mismo modo que los personajes aparecen y desaparecen, como al contraluz, sin más entidad que la que tienen en el momentáneo plano: la cocinera del castillo (Lola Dueñas), la esposa que llega a España para no comprender nada (Bárbara Lennie), el ministro Serrano (Francesc Garrido). Miñarro filma retazos en la estancia española del monarca italiano: una conversación con la cocinera, el clamor de la inestabilidad política, un joven masturbándose en el jardín con un melón abierto, las noches agitadas en la cama, las hieráticas reuniones del gabinete…

    Cada personaje habla una lengua distinta, la del actor que lo encarna, provengan de donde provengan, y ese es uno más, no el único, de los detalles que trasladan la historia pretérita de Amadeo de Saboya a algunas situaciones de la dispar España actual. Cine de vanguardia y a la vez político, no histórico, que cita a su modo a Ionesco, Raúl Ruiz y Buster Keaton, de puesta en escena preciosa, que no preciosista, y fundamentado en la complicidad con unos actores que, como bien representa Àlex Brendemühl en el papel del superado monarca, saben ser ante la cámara texto y pretexto, figuración y alma.

    A favor: Sus anacronismos, humor absurdo, trabajo de iluminación y de interpretación.

    En contra: Que cada vez sea más difícil que filmes como este lleguen a las salas o encuentren una difusión adecuada a sus pretensiones y postulados.

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