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    Expediente Warren: El caso Enfield
    Críticas
    3,5
    Buena
    Expediente Warren: El caso Enfield

    London calling

    por Xavi Sánchez Pons

    James Wan es uno de los reyes del mambo del Hollywood actual; uno de los pocos directores que pueden alternar proyectos personales con grandes producciones sin que por eso le señalen con el dedo en Los Angeles o se rompa su idilio con las taquillas. De hecho, viene a ser una especie de versión de bolsillo de Guillermo del Toro; dos cineastas que pueden elegir libremente cuál será su próximo destino, unidos en la distancia por su amor al cine de género festivo y leído. El caso es que Wan, justo después de haber dirigido la estupenda Fast & Furious 7, y antes de atacar el rodaje de la esperadísima Aquaman, se da un respiro y regresa al universo de lo paranormal en Expediente Warren: El caso de Enfield, secuela de Expediente Warren; película esta última que, merecidamente, le acabó de encumbrar como maestro de terror moderno. La segunda parte recurre nuevamente a un caso real del matrimonio Warren (célebre pareja de parapsicólogos norteamericana), un sonado episodio de poltergeist y posesión demoníaca en el Londres de finales de los setenta. El director de Saw parte de ese suceso para crear un estilizado y a ratos genial tren de la bruja que, eso sí, queda por debajo de su antecesora. Y es que si bien Expediente Warren: El caso de Enfield sigue estando por encima de la media dentro de la producción contemporánea de terror, la función se acaba resintiendo por dos motivos: una duración excesiva -dos horas y cuarto- y cierto superávit de azúcar en algunas escenas.

    Fijémonos primero en lo positivo, que es mucho y bien presentado. El prólogo del filme, con el caso de la familia Lutz en Amityville en el centro, es contundente, en la línea del Wan más punk de Saw y Silencio desde el mal. De hecho, la primera hora es de aplauso, un pasaje del terror en llamas con set pieces memorables: la aparición tras un cuadro con su rostro de la monja diabólica que aterroriza a los Warren –un trasunto del vampiro calvo de El misterio de Salem's Lot-, las manifestaciones del mal en la casa londinense de Enfield –donde se cita de forma directa al El proyecto de la bruja de Blair y Al final de la escalera-, o la presencia de una hombre del saco al más puro estilo Babadook con los rasgos de nuestro Javier Botet. Una vez transcurrido ese primer tramo, el ritmo de Expediente Warren: El caso de Enfield es irregular. Wan trufa su habitual y cuidadísimo horror show –una mezcla equilibrada entre jump scares y crescendos de terror atmosféricos bien trabajados- con escenas intrascendentes que muestran la relación de pareja de Ed y Lorraine Warren. En la película son descritos como una especie de Iker Jiménez y Carmen Porter vintage con una complicidad a prueba de bombas que, fuera cierta o no en la vida real, en la pantalla cae a ratos en la autoparodia.

    El exceso de minutaje y el sentimentalismo de manual quizás estén relacionados con la falta del gamberro Leigh Whannell -mano derecha de Wan en un buen número de películas y co-creador de la otra gran saga paranormal de su compañero, Insidious- en el guion, una ausencia toreada con éxito en Expediente Warren pero que aquí se acaba notando al suavizar de forma considerable el tono grotesco de la historia. Ahora bien, a pesar de eso, lo dicho: Expediente Warren: El caso de Enfield es un must see para todo aquel que ame el cine de terror palomitero o simplemente quiera pasar un mal-buen rato. Avisados están.

    A favor: las magistrales set pieces de terror, la banda sonora de Joseph Bishara y la entrega de Patrick Wilson.

    En contra: le sobran veinte minutos.

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