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    La casa del tejado rojo
    Críticas
    3,5
    Buena
    La casa del tejado rojo

    La subjetividad del relato

    por Israel Paredes

    Una familia de Tokio (2013) sirvió para (re)descubrir al veterano cineasta japonés Yôji Yamada, director de dilatada carrera y profusa obra, cuyas películas solo han llegado de manera puntual a nuestras pantallas. Ahora estrena La casa del tejado rojo (2014) bastante inferior que aquella pero mucho más interesante de lo que puede parecer a simple vista.

    Desarrollada en dos espacios temporales distantes, La casa del tejado rojo busca narrar la intrahistoria bajo la gran Historia y, sobre todo, mostrar la subjetividad de quien recuerda un tiempo pasado no de la manera exacta en que sucedió, sino de la forma en que lo percibió y ha quedado grabada en su memoria. Esa subjetividad, en este caso, viene marcada por un sentimiento de culpa que Taki, la anciana narradora, desea ocultar bajo el recuerdo de una época que retrotrae con la exactitud que ella quiere añadir o restar a la historia, creando un relato colorista de un momento y de unas circunstancias bastante más sombrías. Poco a poco, sin embargo, irá saliendo a la luz la verdad, porque algunos sucesos son imposibles de rehuir al completo. Es entonces cuando el receptor de la historia, Takeshi, conocer de los detalles, podrá cerrar, restaurar, lo que quedó abierto.

    En este sentido, Yamada crea un buen relato sobre, precisamente, el poder de la narración, tanto oral o escrita como cinematográfica, y para ello construye una película deliberadamente irreal en su aspecto: todo lo relacionado con los recuerdos de Taki posee un cromatismo excesivo que, más que buscar el preciosismo de la imagen, viene a enfatiza el carácter subjetivo de su narración; los planos ponen de relieve el sentido de reconstrucción que tiene, tanto en la memoria de Taki como en su traslación a pantalla. Es decir, Yamada advierte del carácter de la ficción, ya sea aquella que crea Taki al escribir las memorias que lee su nieto o aquella que Yamada pone en imágenes. La idea resulta magnífica, así como la manera en la que Yamada la resuelve, sin embargo, según avanza la película, pierde fuerza debido a sus más de dos horas de duración y a las constantes repeticiones y a que el cineasta demora demasiado la acción, dando vueltas sobre ideas que acaban suponiendo un lastre para el ritmo de la película. En realidad, hasta bien avanza la ésta, se tiene la sensación de que apenas ha sucedido algo hasta ese momento.

    Por otro lado, la figura del nieto de Taki, Takeshi, aparece no solo como transmisor de las memorias que su difunta abuela fue escribiendo por petición suya, sino que Yamada utiliza a este personaje para hablar a las generaciones actuales sobre cómo enfrentarse a su pasado, como evitar caer en la simple repetición de datos y cifras y tener en cuenta esa intrahistoria que explica tan bien como la Historia a su país. El destino trágico de una familia viene acompañado, al final, por la capacidad de Takeshi de recuperar lo que queda de ese recuerdo y dar por zanjada una historia. Aquí también Yamada advierte sobre la importancia de no olvidar, de ir hasta el final.

    Lo mejor: El cuidado extremo de Yamada para crear imágenes, la música  Joe Hisaishi, la fotografía de Massashi Chikamori y el elenco en su conjunto.

    Lo peor: La duración ante todo, porque no está del todo justificada y supone un lastre para el ritmo de la película y para el desarrollo de las ideas de Yamada.

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