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    Taxi Teherán
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Taxi Teherán

    Jafar Panahi baja la bandera, no la cabeza

    por Daniel de Partearroyo

    Pueden pasar muchas cosas cuando se pone una cámara de cine en el salpicadero de un coche. Jim Jarmusch contó cinco historias desvinculadas mediante otros tantos taxis en movimiento a través de un mundo globalizado en Noche en la Tierra (1991) y Abbas Kiarostami radiografió la sociedad iraní recorriendo Teherán en los diez planos de Ten (2002). Como si hubiera decidido unir elementos de ambos filmes, Jafar Panahi ha planteado desde el asiento del conductor de un supuesto taxi su tercer largometraje desde que el gobierno de Irán lo sometiera a arresto domiciliario y le prohibiera hacer películas. Como ya dejó claro en la poderosa Esto no es una película (2011) y la admirable Closed Curtain (2013), el cineasta no se ha plegado a las injustas sanciones impuestas por las autoridades tras acusarle de lanzar mensajes en contra del régimen, y sigue apañándoselas para hacer cine. Uno de los cines más valiosos, valientes y sagaces del mundo actual.

    En Taxi Teherán, Panahi conduce un coche por las calles de la capital iraní haciéndose pasar por taxista. De este modo, con una cámara colocada sobre el salpicadero del vehículo que el mismo cineasta maneja cambiando su posición y enfoques, graba las conversaciones que tienen sus pasajeros, ya sea entre sí –en ocasiones, desconocidos comparten la misma carrera a bordo del taxi– o con el propio Panahi al reconocerlo. La llegada de un simpático vendedor de películas pirateadas empieza a desmoronar el dispositivo de supuesto documental con cámara oculta que había comenzado a construir la película, sembrando la duda sobre si los pasajeros del taxi son personas anónimas ajenas a la cámara o actores, aunque se trate de no profesionales improvisando sobre una situación fijada antes de rodar. La docuficción y su constante cuestionamiento viajan juntas en el asiento del copiloto durante todo el metraje, dimensión que Panahi está acostumbrado a explorar desde la magnífica El espejo (1997). Tampoco faltan referencias directas a otras de sus películas, como El círculo (2000) o Fuera de juego (2006).

    El punto álgido de la película llega con la joven sobrina del director, Hana Saeidi –ella fue quien recogió el Oso de Oro ganado por el filme en el Festival de Berlín, ya que Panahi también tiene prohibido salir de Irán y su pasaporte se encuentra requisado–, que introduce los comentarios más críticos hacia las políticas censoras de la autoridad cinematográfica iraní. Tanto su lectura infantil de las indicaciones para hacer un filme "distribuible" como la secuencia en la que ella se queda sola en el coche y decide grabar una película pero se ve obligada a manipular la realidad son momentos de gran elocuencia e inspirada reflexión crítica por parte de Panahi, todo un discurso sobre los mecanismos del cine y la situación social en Irán que emergen con naturalidad dentro de una road movie urbana donde el cineasta no esconde la seriedad de su situación –y la de varias de sus amistades y colaboradores reprimidos por el régimen– pero la aborda con resolutivo ingenio para seguir rodando, seguir creando, seguir conduciendo hacia delante.

    A favor: La mera existencia de Taxi Teherán supone un desafío político a las autoridades iraníes digno de aplauso, pero además es un brillante ejercicio de reflexión cinematográfica.

    En contra: ¿Hasta cuándo va a durar el limbo judicial en el que se encuentra Panahi? Aunque haga películas premiadas internacionalmente, en teoría su trabajo es ilegal y está expuesto a graves represalias.

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