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    600 millas
    Críticas
    3,5
    Buena
    600 millas

    A los dos lados de la frontera

    por Israel Paredes

    En su debut en la dirección, 600 millas, Gabriel Ripstein ha realizado un thriller de corte realista con una puesta en escena, planteada en gran medida mediante largos planos secuencias, y un trabajo con los silencios, que han permitido al cineasta mexicano trabajar la narración desde una buena elaboración de las imágenes, integrándolas en el discurso en tanto a que ayudan a mantener una mirada fría y distante con respecto al material no para dar una idea semi-documental, sino para no influir en la medida de lo posible en la historia.

    Ripstein plantea en 600 millas un relato pausado y sin apenas transiciones, en un sentido narrativo pleno y directo, contando con pocos actores y una historia que avanza con gran velocidad y con muy pocas paradas. Es la acción, y los pocos diálogos, los que van construyendo a los personajes sin necesidad de incidir en ellos por otras vías, lo cual ocasiona que el espectador no tenga demasiado margen de identificación con ninguno de ellos. Tampoco lo pretende. Si bien Arnulfo Rubio (Krisyan Ferrer) es el eje central sobre el que gira la historia, víctima en todo momento, seguimos sus pasos y llegamos a comprender sus deseos y dudas, contemplamos su indefensión y que se trata de una pieza más entre de dos bandos para quienes su existencia es algo circunstancial, algo de usar y de tirar. Pero el cineasta mexicano no pretende despertar un sentimiento paternalista sobre él, porque entonces el alcance de lo que persigue quedaría a medio camino. Del mismo modo, para poder entender algunos elementos finales de la película, y que dan gran sentido al discurso, Ripstein muestra al agente Harris (Tim Roth) con un cierto misterio que, en un giro final, acaba construyendo al personaje y rellenando aquellos huecos que habían quedado vacíos durante la película, mostrando su dualidad y, sobre todo, su falta de escrúpulos con respecto al joven mexicano.

    Pero si ambos personajes son el motor de la película, igual de interesante es aquello que queda en los márgenes o que, directamente, no vemos. El juego con el fuera de campo de Ripstein en algunas secuencias resulta magnífico, como también lo es el retrato del paisaje que rodea, tanto en Estados Unidos como en México, a los personajes, convertido en extensión de las miserias que acompañan a ambos para entregar una visión sobre la compra de armas en Norteamérica para ser usadas en el país vecino entre bandas de narcos. Ripstein muestra el proceso de compra de manera minuciosa, se toma su tiempo, sabe que ahí se encuentra lo relevante: lo fácil que puede ser, por determinados conductos, comprar armas y, después, lo relativamente sencillo de pasarlas por la frontera. Son armas, pero no deja de ser una transacción meramente comercial. Y ahí reside uno de los grandes problemas. Y entre medias de esa comercialización, jóvenes como el protagonista aspiran a algo más en la vida, a tener un lugar en el mundo, a sentirse importante. Aunque muestre una faceta deshumanizada al comienzo, poco a poco irá comprendiendo lo que está haciendo y se rebelará; lástima que el otro bando no corresponderá a sus actos.

    Es posible que la película de Ripstein sea no tanto esquemática como unidireccional, lo cual se comprende dado que no plantea una narración con desvíos, pero es algo que puede restarle profundidad. Tampoco pretende dar la última palabra sobre una problemática, sino crear un relato humano sobre ella mediante una historia sencilla, rodada con un buen sentido del ritmo y el tono, carente de épica y en la que la violencia física queda en un segundo plano mientras que la violencia vital queda representada de manera frontal, como esa secuencia final con la que Ripstein consigue cerrar 600 millas con tanta sencillez como complejidad en su significado.

    Lo mejor: Los actores y que Ripstein haya ido directo al grano.

    Lo peor: Que su sencillez pueda ahogar el alcance de su planteamiento.

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