Tanna es una obra debut, tanto para los actores, que no habían visto una cámara en su vida, como para los directores, que se inician con ella en el cine de ficción. Por ser obra debut, es hasta la primera obra de la cinematografía de Vanuatu (un país de la Melanesia). Pero a pesar de ello, si algo transmite Tanna es lirismo y verdad.
Tanna es una isla donde aún perviven tribus ancestrales. Martin Butler y Bentley Dean, los directores de esta obra llegaron a la isla a principios de los años 2000. Los nativos les hablaron de sus costumbres y de su Historia. También de un una tragedia ocurrida en la isla y que dejó una profunda huella.
Ese drama habla del amor entre dos jóvenes del clan yakel y de sus dudas entre respetar las normas o ser fieles al amor que sentían, aunque eso significara poner en peligro a toda su tribu. Su decisión dejó una herida muy profunda en todos los que les rodeaban. Por ello, los actores no necesitaron dramatizar, con conectar con su dolor fue suficiente. Es precisamente ahí donde reside esa frescura y esa verdad que han emocionado al público y a la crítica.
Una esencia que va acompañada por un bello envoltorio, cargado de exotismo: costumbres ancestrales, paisajes salidos del paraíso, imágenes que son pura poesía y una lengua aborigen, el nauvhal, envolviéndolo todo.
Tanna refleja esa hermosura que reside en las cosas sencillas y sinceras, capaces de emocionar a todo el que se acerca a ellas. Los premios que ha conseguido -el de la Crítica y el de Fotografía en el Festival de Venecia- y la nominación al Oscar como mejor película de habla no inglesa en 2016 demuestran su calidad y la confirman como uno de los hallazgos más importantes del cine etnográfico de los últimos años.