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    A la deriva
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    A la deriva

    Supervivencia intensita

    por Alberto Corona

    Basada en hechos reales. Ya está. Ya, con esto lo tenemos. Sustentar lo creíble de una propuesta en la propia realidad ha sido siempre una de las herramientas más socorridas del cine de entretenimiento a la hora de acicalarse con un aire de trascendencia, y de fortalecer al mismo tiempo la empatía de un público que siempre hay que considerar preventivamente como problemática y esquiva. Por supuesto, al tratarse de un recurso tan utilizado, ha llegado un punto en el que ha sido inevitable que los propios cineastas se lo tomen a chacota. Los hermanos Coen lo hicieron al comienzo de Fargo, mintiendo abiertamente. Michael Bay, acercándose el clímax de la nunca suficientemente reivindicada Dolor y dinero, se veía obligado a remarcarlo cuando la trama se había vuelto demasiado absurda incluso desde un prisma cinematográfico: esto todavía es una historia real. No hay letreros de este tipo en A la deriva, pero ciertos diálogos parecen estar pidiéndolos a gritos.

    Dramatizar la realidad y moldearla en forma de película siempre ha de tener un componente forzado, sobre todo en función del producto que quieres vender. La nueva obra de Baltasar Kormákur busca, en ese sentido, no sólo adaptar la tremebunda historia de supervivencia de Tami Oldham y Richard Sharpe, sino que también quiere valerse de su romance para llegar al público, y es aquí donde encuentra su mayor hándicap. En lugar de optar por que la relación entre los personajes se vaya perfilando a través de la propia aventura, en base a sus reacciones y comportamientos ante una situación tan sensible quedando perdidos en medio del océano Pacífico tras el asalto de un huracán, A la deriva se obstina en contarnos todo lo que necesitamos saber de los personajes cuando menos nos importa; esto es, cuando están en tierra y disfrutando de su amor de verano. Algo que es especialmente grave al no reducirse a unas pequeñas pinceladas al comienzo de la historia: la totalidad del metraje del film de Kormákur se encuentra salpicado de flashbacks que van intercalándose en riguroso orden cronológico mientras los protagonistas tratan de apañárselas como pueden, y como resultado de esto se pierde gran parte de la virulencia y peligro que las escenas en alta mar deberían poseer.

                    El error de A la deriva es fundamentalmente de planteamiento, pero tampoco ayuda que las interacciones entre Tami y Richard antes de embarcarse estén tan mal escritas buscando en todo momento revestirse de un romanticismo furioso e instagramero que contrasta aparatosamente con la sobria puesta en escena de Kormákur, y consigan sacar lo peor de sus actores. Es decir, desde luego que esperar algo de Sam Claflin suponía una insensatez, pero duele especialmente ver a una actriz tan dotada como Shailene Woodley tratando de darle convicción a esos dolorosos diálogos sobre la libertad, la aventura y el sentirse vivo. Por suerte, en el momento en que su interpretación ha de volverse exclusivamente física la cosa mejora, y se muestra cómoda en el registro más dramático y angustioso del film que nos ocupa. Que es, obviamente, el que mejor acaba de funcionar.

                    La película de Baltasar Kormákur da comienzo con un plano secuencia estrictamente narrativo y en el que no se deposita ningún esfuerzo a’ la Iñárritu por epatar, y cada vez que deja atrás algún penoso interludio vuelve con ánimos renovados a retratar la odisea de sus protagonistas de forma centrada, sin dejarse llevar, sin predisposición a la épica fácil. Cuanto menos diálogos hay, cuanta mayor importancia adquiere la acción, A la deriva muestra sus mejores cartas, y deja entrever la excelente película que habría sido si hubiera apostado más por esta vertiente tan expositiva como, sí, intimista en cierto modo. Porque lo cierto es que las miradas que se lanzan a cada tanto los protagonistas, enmarcadas por el sudor y las quemaduras, dicen mucho más que cuarenta diálogos dando cuenta de lo mucho que se quieren, y son estas miradas las mismas que consiguen, finalmente, que la película sea tan real como los hechos que narra.

    A favor: La puesta en escena de Baltasar Kormákur, cuando el guión se lo permite.

    En contra: Sam Claflin diciéndole a Shailene Woodley que es tan dura que parece un tío. Tal cual, hay un diálogo en el que se lo dice así, con toda su cara de actor mediocre. Y pues todo mal. Y a muchísimos niveles.

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