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    Todo sobre el asado
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Todo sobre el asado

    Crónicas carnívoras

    por Marcos Gandía

    Cuando en la vitriólica El ciudadano ilustre nos demostraban que las idílicas villas rurales tradicionales de la Argentina más arquetípica y folclórica no tenían nada que envidiar a los pantanos de Deliverance o La presa (la de Walter Hill, no hacía falta la puntualización), ya nos estaban avanzando en la implacable y puñetera lógica de este ¿documental? Titulado Todo sobre el asado. Aderezado con básicamente bilis concentrada, el recorrido que la dupla de directores/guionistas hace por ese ítem intocable de la cultura argentina, amén de demoledor y tremendamente divertido (a veces funciona como una invitación, muy borde, a que Steve Coogan y su amiguete de turísticos menús de degustación cabrones se den un trip por la patria de Diego Armando Maradona), es una especie de puntilla cinéfila a esos otros acervos nacionales que se defienden con ese orgullo cenutrio pero en el fondo orgullo.

    De aquellos cadáveres vacunos colgados en un camión refrigerado donde Isabel Sarli se entregaba tórridamente al placer carnal en, claro, Carne, de su voyeur marido y Pigmalión Armando Bo, a esos asadores, restaurantes, haciendas y cocinas en las que el mismo erotismo, aplicado al yantar, no hay casi distancia ni diferencia. Isabel Sarli era carne, era el producto nacional a devorar y reverenciar por antonomasia. Era el bife, las entrañas, el fuego y el calor que sacaba a la luz la cualidad caníbal del argentino (la misma que veíamos aparecer en la mencionada El ciudadano ilustre), presto a devorar a sus mitos, a devorarse ellos mismos. Que Todo sobre el asado no se reprima en trazar esos paralelismos (incluso políticos) dice mucho a favor de sus malvados (en el buen sentido) autores. No están aquí para hacer amigos sino para tocar las narices a algo intocable aun a sabiendas de que igual les cazan cual reses de matadero paciendo en los pastos de El malvado Zaroff.

    Cada comentario en off, cada freak al que se le llena la boca de poesía cárnica y de salsas grasientas, está calculadamente estudiado para poner en entredicho el alma argentina. Y sí, por supuesto que no deja de haber cariño en esta patada en el bajo vientre (a asar al carbón de leña) del tótem argentino, el mismo que (vergonzosamente, como un placer culpable) tenían todos los que se reían viendo las comedias de Jorge Porcel y Alberto Olmedo mientras la dictadura de Videla asesinaba impunemente. O a quienes disfrutaban de la ceremonia del asado tras torturar y desaparecer a seres humanos.

    A favor: su mala leche es antológica. 

    En contra: algunas cosas (muy locales) nos pillan demasiado lejos.

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