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    Verano del 84
    Críticas
    3,5
    Buena
    Verano del 84

    El fin de la inocencia

    por Marcos Gandía

    De cómo los años 80 se convirtieron en el santo grial recobrado de la nostalgia, amén de una fuente de ingresos dentro de las modas que imperan en el mercado de la ficción (y de la no ficción) actual, mejor que lo analicen terceros. Mientras no lleguemos a que sean los 90 quienes aterricen nuevamente entre nosotros y se reinterpreten igual de superficialmente que la mayoría de los productos que hacen del So 80s un ligero hilo musical de merchandising y memorabilia, la cosa irá razonablemente bien. Verano del 84 juega, a las claras (y esa es una de sus virtudes, que posee varias), al revival ochentero. El público actual necesariamente va a compararla con la televisiva Stranger things (acaso con Súper 8, el título de J. J. Abrams,también, aunque en esta película canadiense-norteamericana (de los artífices de otro ejercicio de estilo cachondo de raíces VHS como la tronada Turbo Kid) los elementos de ciencia-ficción o de serial

    fantástico y/o sobrenatural desaparecen, en aras a un realismo al principio nostálgico y de referencias múltiples (las camisetas, los posters en las habitaciones, lo que se ve en TV, las revistas, las canciones, las marquesinas de los cines etc. etc.), y al final de una crudeza realmente insólita en este tipo de productos, en lo que su público espera de ellos.

    Esa es la otra gran virtud de Verano del 84: comienza como unos goonies en la típica urbanización ideal (acorde al ideal de las películas de la década del cubo de Rubik) que tropiezan con su Noche de miedo particular y realista (no hay un vampiro en el vecindario, pero sí un asesino en serie de niños y preadolescentes). Lo que es en ese primer y largo tramo un homenaje mayoritariamente a las producciones de la spielbergiana Amblin, se torna en algo que asimismo vimos en esos mismos años: la oscuridad, el fin de la infancia, la muerte y el hacerse de golpe adultos al descubrir que el miedo, la sangre, la maldad y el dolor estaban entre nosotros y ese mundo de colores, hombreras, calentadores y films de Joe Dante. Verano del 84 mira entonces al gran demiurgo de esos años 80, al gran conocedor de las sombras en esos días que acechan a la infancia y la adolescencia: Stephen King. Cuenta conmigo, El misterio de Salem’s Lot o It se citan en la película con astucia, con inteligencia, y con dura veracidad. El asesino de Verano el 84 causa dolor, no solamente físico (atención al sótano de los horrores y al espeluznante instante del clímax previo al epílogo), sino psicológico, emocional. Ese serial killer perverso y simpático en su cara a cara con los entrañables vecinos de ese microcosmos de felicidad de papel couché, acaba con la infancia, con la inocencia del protagonista, y eso se agradece. Porque es verdad.

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