El infierno es un casino
por Andrea ZamoraLa cara de Colin Farrell está en casi todos los planos de Maldita suerte. No se trata solo de su rostro, también de su expresión desbordada, alucinada, intensa, empapada en sudor y al borde del colapso. Lo de Farrell es una interpretación agotadora. Para él, probablemente, y para el espectador. La nueva película de Edward Berger narra la vida de un ludópata, dejando más incógnitas que respuestas. Es un relato caótico, repetitivo y, por momentos, absurdo.
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Maldita suerte adapta la novela homónima de Lawrence Osborne. El protagonista, Lord Doyle (Farrell), es un estafador y jugador compulsivo que ha tocado fondo en Macao. Vive en un lujoso hotel mientras su deuda crece hasta cifras insostenibles. Sin embargo, su adicción lo impulsa a seguir jugando, especialmente al bacarrá, su juego predilecto, en el que gana la mano de cartas cuya suma se acerca más al número nueve
La única relación significativa en su vida es con Dao-Ming (Fala Chen), una empleada de un casino que también atraviesa dificultades personales. Tras su repentina desaparición, los problemas de Doyle se agravan. Su salud empeora, su dinero se agota, y una excéntrica mujer, una Tilda Swinton que está en el filme, pero también podría no estarlo; lo persigue tras descubrir que ha robado dinero. Le propone un trato: devolver lo robado antes de una fecha y hora determinada. Si no lo hace entrará a la cárcel.
La extravagancia de 'Maldita suerte'
La excentricidad de Maldita suerte no se limita a la actuación de Farrell. Todo en ella rebosa extravagancia: la estética del personaje, la paleta de colores, el vestuario, la iluminación, los escenarios y el estilo visual de Berger. Los constantes primeros planos de un Farrell desquiciado terminan por resultar pesados. Hay un exceso que, aunque coherente con el descenso a los infiernos del personaje principal, puede llegar a ser exasperante para el espectador.
Son contadas las escenas en las que la película se toma una pausa. Solo cuando Dao-Ming aparece se percibe una tregua, tanto para Doyle como para el público. Ella encarna la calma en medio del caos, algo que se refleja en el ambiente que la rodea: edificios serenos, colores más suaves y una expresión contenida, pese a sus propios conflictos. En cambio, Lord Doyle es un volcán a punto de estallar.
Afortunadamente, Berger sigue demostrando su buen gusto por la arquitectura, algo de lo que ya había dado fe en la magnífica Cónclave (2024). El cineasta logra capturar la belleza de cada rincón de Macao, ya sea un templo, un casino, un hotel o una calle cualquiera. Tiene un gran ojo para encuadrar los espacios y hacer que cada lugar luzca cinematográfico.
Maldita suerte es una mezcla de géneros: parte 'thriller' psicológico, parte relato sobrenatural, parte drama, comedia e incluso cine deportivo. Quiere ser todo a la vez y en su intento termina siendo un revoltijo difícil de digerir. Resulta complicado conectar con Lord Doyle y los demás personajes, que carecen de profundidad. Ni siquiera Swinton logra dejar una impresión duradera. Todo esto debilita el clímax: esa gran apuesta final que, en teoría, debería ser el momento más tenso de la historia, pero que se vive con indiferencia. Gane o pierda Doyle, da igual.
Si Maldita suerte fuese una jugada al bacarrá, la suma de las cartas estaría lejos, muy lejos, del nueve.