Críticas
3,5
Buena
RoboCop

Emocop

por Paula Arantzazu Ruiz

A pocos se les escapará que el Detroit de hoy día se parece bastante al que vaticinó desde la ficción Paul Verhoeven en RoboCop (1987): una urbe obsoleta, en bancarrota, es también nido de violencia y crimen; la privatización de los servicios públicos, en concreto la seguridad, va camino de ser una realidad; mientras que la propaganda campa a sus anchas en los medios de comunicación. Del mismo modo, la tecnología ha avanzado de tal manera que los transplantes biomecánicos ya no son una quimera. Por tanto, ¿qué sentido tiene y de qué manera puede actualizarse ese clásico cinematográfico de la ciencia-ficción? Cruda pregunta a la que Jose Padilha, brasileño conocido por el ‘exploit’ Tropa de élite, ha sabido responder en Robocop (2014) con idéntica visión irónica que la que gastaba Verhoeven en plena era Reagan.

Padilha es completamente consciente de que resulta imposible superar los distintos niveles de discurso político planteados en su momento por el cineasta holandés, por lo que su RoboCop se aleja del cariz apocalíptico y redentor de ese trabajo y plantea una película más humanista, más melodramática y con ligeras variaciones en el cuerpo de la trama. A Padilha le interesa sobre todo mostrarnos el proceso por el cual Alex Murphy (Joel Kinnaman) se transforma en RoboCop y, por tanto, se recrea en las escenas de laboratorio, aquellas que precisamente no vimos en la película original, y las que plantean uno de los grandes dilemas del relato: cuánto puede haber de humano en el cyborg que ahora es Murphy. En este sentido, el director carioca no olvida que han pasado más de 25 años desde el trabajo de Verhoeven y, por tanto, mucha técnica y avances visuales, con lo que la puesta en escena no traiciona al original, pero incluye con savoir faire la imagen digital para construir un concepto de robot que, por ejemplo, visualmente ya había sido anticipado en los trabajos de Chris Cunnigham (todavía hoy difíciles de superar), y con el conceptualmente ahonda en la idea de lo mecánico como elemento que, en última instancia, sostiene lo humano.  

Así pues, más emotiva y más melodramática –Padilha también otorga bastante espacio al drama familiar, subtrama provocada por la ‘casi’ muerte de Murphy y su posterior renacimiento como robot-, pero los perpetradores del remake tampoco olvidan que el nuevo RoboCop es ante todo, y como su predecesora, una cinta de acción y una cinta de sustrato político. Sobre lo primero, las escenas de acción y tiros son contadas, un poco rutinarias, pero resultan estimulantes cuanto más inciden en el dispositivo de ultravisión neuronal del cyborg. En todo caso, la película como thriller policial no resulta muy relevante. Sobre su mensaje político, Padilha sí consigue actualizar de manera notable la obsesión estadounidense por la seguridad y la amenaza corporativista y privatizadora sobre el conjunto de la sociedad y, pese a que quizá está planteada con cierta brocha gorda, la sátira funciona, especialmente y gracias al buen ojo con el cast: Samuel L. Jackson y Michael Keaton, cada uno desde su púlpito, ejercen de grandes villanos de este probable futuro que, sabemos, ya es nuestro presente.

A favor: La autoconciencia de Padilha y, como bonus, Samuel L. Jackson.

En contra: Que su discurso no llegue a calar tanto ni es tan subversivo como el RoboCop de Verhoeven.