Críticas
1,5
Mala
Todo es silencio

Mundo viejuno

por Paula Arantzazu Ruiz

Durante la rueda de prensa de presentación de Todo es silencio en la pasada Seminci, su director, José Luis Cuerda, afirmaba que esta última película suya está elaborada con "mimbres del cine clásico", y que esa postura estética significa que está "hasta las narices" del cine "hipermoderno", un cine que consiste "en cortar las panorámicas y en pasar de un plano a otro sin ningún tipo de criterio sintáctico". Alguien en ese momento debería haberle dicho al señor Cuerda que tampoco hay mucho criterio, ni narrativo ni sintáctico, cuando en Todo es silencio se subraya que los marineros no pueden salir por el estado del mar y, sin embargo, en el plano inmediatamente consecutivo el mar está tan calmo como una balsa de aceite.

Ese es uno de los problemas, probablemente el más grave, de los que aquejan al filme. La película está basada en una novela de Martin Rivas que primero fue pensada como guión, después se transformó en algo literario para finalmente llegar al destino que tenía marcado, supuestamente el cine. Esos viaje de ida y vuelta del relato, entre el libro y la pantalla, han mermado definitivamente muchas de las posibilidades de la historia: la película está hinchada, henchida, sobrepasada de metáforas y demás encajes más propios de la letra que de la imagen. Y, claro, es en esa indefinición cuando aparecen las contradicciones. La historia original de Rivas tiene cierto interés -esa Galicia de finales de los ochenta donde las pesetas corrían de mano en mano tan rápido como las papelas entre la generación perdida-, pero da la sensación de que ni a Rivas, primero, ni a Cuerda les interesa rascar en esos años tan sórdidos. Por el contrario, ambos intentan construir un relato de tintes trágicos, con el patriarca-cacique-contrabandista como simiente del mal en ese pueblo condenado a la desgracia, pero ni tan siquiera logran dominar el pulso del melodrama y, en consecuencia, el ritmo de la película naufraga irremediable y en estricto paralelismo a esas imágenes de los restos de los naufragios que aparecen en la primera parte del filme: ataúdes, naranjas, maniquíes, todo está flotando sobre la nada y porque sí. Y el espectador se queda de esa misma manera tras el visionado del largometraje, tan llano como ese incomprensible mar tranquilo que sirve de telón a una historia que debía antojarse turbulenta. Una entonces desea que la película se hubiera quedado, como acertadamente señala su título, toda en silencio.

A favor: El cameo del propio Cuerda.

En contra: Quim Gutiérrez consigue que hasta El Duque parezca buen intérprete.