Críticas
4,0
Muy buena
Grupo 7

Brigada central

por Alejandro G.Calvo

A estas alturas a nadie debería ya pasársele por alto el nombre de Alberto Rodríguez, un hombre que con tan sólo tres películas (ahora cuatro y eso que no cuento la prescindible 'El factor Pilgrim', rodada a dos manos con Santi Amodeo) ya había demostrado ser uno de los realizadores más interesantes (y necesarios) del panorama nacional. Ahí están para probarlo 'El traje' (2002), '7 vírgenes' (2005) y 'After' (2009): una triada de retratos sociales –inmigración, juventud de extrarradio, cuarentones aburguesados persiguiendo el eterno sueño del post-adolescente- que cumplirían también como una perfecta trilogía sobre la incomunicación afectiva, sobre la alienación emocional. Los personajes de Rodríguez son figuras heridas, algunas tocadas de muerte, que arrastran su pena por esta vida tratando de salvaguardar sus últimos pasos con un mínimo de pundonor, tragándose los sapos y culebras de su conducta amoral, esperando que llegue ese viento huracanado que barra su tristeza de una vez por todas.

Siguiendo la estela del acertado tono ascético y a contracorriente de No habrá paz para los malvados de Enrique Urbizu, Rodríguez realiza con 'Grupo 7' un policíaco violento y trepidante, tan heredero de las malas calles de Sidney Lumet y John Frankenheimer, como del (sub)mundo mísero y corrupto de la serie 'The shield' o, ya en un tono más castizo, del acento desesperado y excesivamente cruel de fenómeno televisivo de los ochenta, 'Brigada central'. La película toma como marco los años previos a la Expo'92 de Sevilla para retratar la deriva infernal de un escuadrón de policías que, en su afán de combatir el consumo de heroína en la capital andaluza, acabarán cayendo en la corrupción, la violencia injustificada e, incluso, el asesinato.

La principal ventaja de la obra es la facilidad que tiene su director a la hora de expresarse en imágenes, no en palabras. Así, mientras lleva a sus actores a moverse con contención, haciendo que las miradas valgan más que los gritos –lo cual beneficiaría la interpretación de un Mario Casas siempre gangoso en la dicción-, se permite un justificado número de filigranas estilísticas que, sin llegar a los extremos de 'After', sí puntúan con acierto los vectores dramáticos de una cinta que, en su se escalada de violencia en vertical, logra pasearse por el filo del exceso sin tener un solo tropiezo.

Es en esa combinación que surge de yuxtaponer el realismo social en crudo –todo el submundo yonqui, la cultura de puticlub y las persecuciones por los descampados de las obras de la Expo-, retrato voraz de una España post-franquista que se ahogaba en sus excesos, junto con los códigos genéricos del thriller más seco y violento, donde reside el éxito de una película que va siempre a más sin forzar nunca su mecanismo. Normal que se pueda permitir salvajadas como ese excelente momento Bambino –el baile apasionado entre un policía torrentil y una prostituta-confidente entrada en años y carnes- o ese plano final que desdobla una misma imagen plagada de miseria y soledad. Madre mía, este sí es el cine español que quiero ver cada fin de semana.

A favor: La resurrección de esa España que, en los 80, se ocultaba bajo los fuegos fatuos de las Olimpiadas y la Expo. Así como la ambivalencia moral de todo el entramado.

En contra: Que la sombra mediática de Mario Casas tape los buenos resultados de la obra