Críticas
4,5
Imprescindible
Oleg y las raras artes

Retrato de Oleg

por Violeta Kovacsics

Cada semana, Oleg Karavaychuk se sentaba frente al piano del museo Hermitage de San Petersburgo y tocaba. Con el rostro hundido bajo una boina y raído por las arrugas. Los ojos pequeños. El cuerpo enjuto y delgado, y la ropa, holgada. Y los dedos, eso sí, ágiles y precisos, recorriendo con brío las teclas del piano.

La figura de Karavaychuk fue testigo de muchas realidades y de muchos relatos. Con los casi noventa años que tenía cuando Andrés Duque le filmó para su documental Oleg y las raras artes (murió poco después, el pasado mes de junio), fue partícipe de buena parte de la historia de la Rusia del siglo XX. De hecho, más allá de las anécdotas, hay algo en el Oleg que Duque retrata que tiene mucho que ver con la cultura y el arte del siglo XX: una suerte de inevitable decadencia, la sensación de estar ante un tiempo y un arte que se acabó, de una música que se apagó.

Más allá de su discurso y de la historia que le acompaña (apenas era un niño cuando tocó para Stalin), lo más bello de Oleg y las raras artes es el propio cuerpo del artista, este pianista de cuerpo delgado y de voz aguda pero cascada. Es él en el Hermitage, en una calle enarbolada, en el café... En el documental de Duque, Karavaychuk habla, discute, sobre el arte, sobre la vida y sobre su historia y la de su país. La palabra cobra valor gracias al discurso de Oleg y, bajo la mirada de Duque, el habla se reivindica como algo profundamente físico. En este sentido, resulta inevitable pensar en Portrait of Jason, el documental sobre Jason Holliday, que ahondaba ante la cámara de Shirley Clarke sobre su condición de negro y homosexual: a medida que la verborrea avanzaba, el cuerpo de Holliday se iba quebrando. En Oleg y las raras artes, el músico charla sin freno, mientras su cuerpo se mueve por los distintos espacios.

En Iván Z, Andrés Duque retrató a Iván Zulueta, una figura anacrónica en aquel principio del siglo XXI. Con Oleg y las raras artes, el cineasta ha hecho algo similar. Duque ha realizado una película hermosa, en la que hay lugar para la retórica y para lo físico; en la que la emotividad convive con la reivindicación de una manera de entender el arte y la cultura que parece haberse escurrido con el tiempo.

A favor: Las manos de Oleg sobre el piano.

En contra: Que en este octubre de estrenos “tochos”, esta pequeña joya pueda quedar diluida.